EUMARIA

(AV) #1

Lo que el chico presenció lo dejó estupefacto; este vio a un
pigmentado completamente desnudo encima del cuerpo de una mujer, a
quien previamente había despojado de su ropa. El reo tenía tatuajes y
cicatrices que llenaban completamente su espalda pálida. Su cabello gris ya
se había teñido del rojo de sus víctimas.


Aparentemente el reo no podía escuchar nada. Sin embargo, este se
percató de la presencia de Sam a través de su sombra. El preso volteó
inmediatamente, y cuando lo hizo se podía ver una gran cicatriz diagonal
que dividía su rostro por la mitad. Al criminal se lo notaba muy furioso,
tenía la cara arrugada y poseía unos dientes afilados como las de un animal.
De hecho, hacía sonidos similares a la de una bestia salvaje; era como si ese
hombre hubiera sido privado de cualquier idioma humano, como si nunca le
hubieran enseñado a hablar. El pigmentado balbuceaba palabras
inentendibles con la voz raspada.


En ese momento un odio inmenso inundó la mente de Samuel, pues
su amiga Lujan era la chica que estaba siendo abusada.


—¡Santo Raxán! —gritó Belton al llegar al baño.
—¡¡¡Malditooooo!!! —exclamó Samuel con todas sus fuerzas.
El pigmentado se lanzó hacia el chico, pero este contraatacó y le
clavó el cuchillo en el cuello, por lo que el reo cayó rápidamente al suelo.
Desde ahí empezó a convulsionar, mientras que una gran cantidad de sangre
brotaba de su herida y manchaba todo el lugar. Samuel no se detuvo, sino
que, lanzándose sobre él, comenzó a apuñalarlo una y otra vez. El joven
sostenía el cuchillo con ambas manos, y clavando con violencia el pecho
del reo, logró romperle el tórax y perforarle sus pulmones, incluso llegó a
rozarle el corazón.


—¡¡Maldito, maldito, maldito!!... ¡¡Nunca te lo perdonarééé!!...
¡¡¡Malditoooo!!! —gritaba Samuel por cada perforación que hacía en el
pigmentado.


Cleman y Belton no terminaban de creer lo que estaban
presenciando. Ambos apuntaban sus armas en dirección al preso, incluso
sabiendo que era imposible que siguiera con vida.


—¡O-Oye! ¡Mocoso! —exclamó Cleman para calmarlo.
—¡Aaaaaargh! ¡Te mataré! ¡Malditoooo!
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