—Me encanta caminar por este sendero repleto de árboles, y estar
rodeada de estas hermosas praderas verdes. Yo siempre lo recorría con
Morgan.
—Sí, lo sé, Abi. Mi hermano también disfrutaba pasear contigo por
este lugar. Él te quería mucho.
—A ti también, Cloe... Morgan nos quería mucho a las dos.
Ellas estaban en Limaria, caminando por una senda primaveral llena
de flores rosadas. Las sandalias blancas que ambas tenían, resaltaban entre
las hojas del camino. Llevaban, además, vestidos medianamente largos que
les llegaban hasta las rodillas. El atuendo de Abigail era celeste con
pliegues blancos. Tenía el cabello largo, de un gris un poco más oscuro que
el de Cloe, quien lucía el pelo corto con una vincha de tela amarilla encima.
Su vestido amarillo hacía juego con la vincha y con el collar dorado en
forma de brújula que tenía en el cuello.
Su madre le había regalado esa cadenilla cuando ella era muy
pequeña. Dicho collar contenía sus iniciales y las de sus padres, además de
unos números aleatorios en él. Ambas chicas eran de la misma estatura, a
pesar de que había dos años de diferencia entre ellas. Abi tenía veintiuno y
Cloe diecinueve.
—Resulta difícil creer que ya han pasado cuatro años desde que
murieron —dijo Cloe con una expresión melancólica. Luego añadió—: Los
extraño a todos; a Morgan, a mis padres, a mis tíos... También extraño
mucho a mi primita.
La expresión de Abigail cambió al escuchar eso. Ella miraba con
nostalgia hacia los árboles.
—¿Sabes? A pesar de que aquello fue una tragedia para todos... —
Abi volteó, tomó a Cloe de las manos, y la miró fijamente a los ojos—, me
alegra que por lo menos tú hayas sobrevivido, pues eres la única conexión
que tengo con Morgan.
››Eres la imagen viviente de su existencia... y también eres testigo
de que me amó más que nadie en este mundo.
Cloe se emocionó y empezó a lagrimear. Entonces le dio un fuerte
abrazo.