Cleman fijó la vista en el espejo retrovisor, y desde ahí observó a su
compañero cargando el arma de fuego.
—¡¿Q-Qué es lo que harás con eso?! —preguntó el detective
mientras veía cómo se acercaban cada vez más reos hacia ellos.
—¡Toma al chico y abre la puerta! —Le ordenó Belton con
desesperación, luego exclamó—: ¡Y una vez que lo hagas..., dispárales el
último plasma y huye con Samuel!
—¡¿Estás loco?!... ¡¿Y qué harás tú?! ¡¡No te dejaré solo, maldito
imbécil!!
—¡Robert!... ¡Confía en mí!
El detective miró con frustración directamente a los ojos de su
amigo, quien asintió a través del reflejo.
—¡Carajos! ¡¡Maldita sea!! —gritó Cleman tomando a Sam y
abriendo rápidamente la puerta.
Este disparó el último plasma, abriéndose paso entre los reos, y
matándolos al instante con la potente descarga. Cleman ni siquiera miró
hacia atrás, simplemente empezó a escuchar los disparos continuos de la
ametralladora.
SALA DE OPERACIONES
—Belton... Belton... ¡Belton!
—¿Eh? —contestó el oficial volviendo a la realidad.
—¿Estás bien?... Tenías la mirada perdida —dijo Cleman.
—¡Ah! ¡Sí! ¡Lo siento!... Solo estaba recordando algo.
—Bien... —El detective lo miró con orgullo—. Fuiste muy valiente
hace dos días, amigo. Te las arreglaste para escapar de esos monstruos, y
para colmo, otra vez me salvaste el trasero.
—No es nada. Para eso están los camaradas —afirmó él mientras
dejaba la ametralladora sobre la mesa.