—¡¿Q-Qué?! ¿Tuviste un accidente?
—Algo por el estilo ¿Cómo te llamas?
—Me llamo Samuel, ¿y tú? —respondió el joven estrechando su
mano para saludar.
Morgan le dio un apretón con ambas manos, y dijo susurrando:
Samuel... tengo un pequeño problema y necesito que me ayudes.
Él sonaba desesperado. Los ojos del chico se abrieron más, y en su
rostro se notaba cierta sorpresa.
—¿E-En qué puedo ayudarte?
Morgan le relató todo lo que había sucedido hasta ese momento. Le
contó sobre la gresca, acerca de la muerte de los estudiantes, el extraño
correo, sus desmayos repentinos, el asesinato de Bárbara, y finalmente, su
posterior huida. El rostro del joven iba expresando asombro, intriga, miedo
y desconfianza; cambiaba a medida que Morgan avanzaba con su relato. El
chico tenía los brazos cruzados mientras que una de sus manos estaba
pegada a su boca.
—Por favor, Samuel ¡Juro que soy inocente! —exclamó Morgan en
voz baja.
—Quisiera creerte, pero... todos los criminales dicen eso, ¿cómo sé
que no estás mintiendo?
—Entiendo tu punto. Sé que es una locura pedirte que me creas...
sabiendo que soy un completo desconocido. —Morgan extendió sus manos
y los apoyó sobre los hombros de Samuel. Lo miraba directamente a los
ojos expresando completa seriedad—. Pero ¿Qué puedo hacer para que
confíes en mí?
El chico estaba pensativo e indeciso. Por su mente pasaban tantas
cosas. Lo primero que se planteó, fue salir corriendo y delatarlo, pero algo
dentro de él le decía que Morgan no estaba mintiendo.
—Está bien, confiaré en ti.
—¡¿En verdad?! —Él expresaba mucha alegría. Le brillaban los
ojos, y no pudo evitar abrazarlo—. ¡Muchas gracias! ¡Estaré eternamente
agradecido contigo!
—Espera, espera, espera. —Samuel lo apartó—. Para empezar... Ni
siquiera sé si te seré útil, ¿cómo puedo ayudarte?