SUB UNO DEO

(Jud Rampoeng) #1

Capítulo 6: Edicto de Júpiter
Una fina lluvia cubría Roma con un manto húmedo, pero la Curia Hostilia hervía en su
sombra. Yo, Titus, cojeaba en un rincón, sosteniendo los pergaminos de Lucius Marcius. Mi
ceceo se transmutó en un murmullo ansioso. César, con porte de halcón, se alzó
majestuoso ante la mirada de los presentes. Mostrando un denario con la imagen de Júpiter
grabada proclamó: “El oráculo eleva a Júpiter como dios único de Roma y todas sus
provincias. A partir de este mismo instante, el latín será la lengua oficial de todos los
pueblos conquistados. Quien se oponga al edicto será decapitado”. Su voz, carismática y
fría, sofocó el aire. Lucius, ajustando su toga, replicó tembloroso: “Roma crece en la
diversidad, no en cadenas”. César le dió la espalda. Un senador le susurró a Lucius: “Mide
tus palabras. El hijo de Pompeyo murió en un accidente, pero todos saben quién lo ordenó”.
Los estorninos silbaban alegremente afuera, entre las plantas silvestres, pero el miedo
pesaba más. Un esclavo sirvió mulsum, y Lucius pagó un sestercio, con el rostro tenso.
Mis versos, teñidos de sombras, surgieron:
Juppiter unus, Roma frangitur,
Lingua sola, gentes rebellant.
Passeres cantant, ego taceo().
(
)Júpiter único, Roma se quiebra,
Una sola lengua, los pueblos se rebelan. Los gorriones cantan, yo callo.
En el Foro, el sol primaveral iluminaba los puestos llenos de cuencos rebosantes de harina,
cestos con fruta, ánforas con aceite, vino, garum, y pan de cebada. Pagué un as por el
pescado fresco, serpenteando con mi cojera fiel entre los mercaderes, cuando Safira
apareció, su cabello con jazmín, su perfume de mirra cortando el aire. “Titus”, dijo, su acento
sirio como un canto, “el edicto de César quemará a los galos y a mi Siria. Astarté no exige
cadenas”. Partió un pastel de azafrán, su sabor dulce contrastando con el garum romano.
Mi ceceo traicionó mi respuesta:
“Sssafira, Luciusss no tiene poder para parar a Cesssar, esss demasiado viejo... Y yo
sssolo sssoy un liberto...”.
Ella tocó mi mano, y el recuerdo de nuestro amor en el Tíber se inflamó. Los gorriones
revoloteaban sobre mi pelo canoso, un perro callejero gris, polvoriento y despeinado,
husmeaba restos de comida.
Escribí unos versos en mi tablilla de cera:
Oculi Syri, corda liberant,
Tolerantia floret, Roma cadit.
Jasmina spirant, ego claudico().
(
)Los ojos de Siria liberan el corazón,
La tolerancia florece, Roma cae.

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