Sociedad Y Cultura En La Antigua Mesopotamia - Klima Josef

(alangleds1) #1

lado, el templo tenía que preocuparse de la seguridad de su
territorio, preocupación que se ponía de manifiesto en la cons­
trucción de murallas y fortificaciones y en la adquisición de
material de guerra.


Los prim eros in d ic io s d e d esp otism o

La creciente importancia de los templos sumerios se manifes­
tó también en la posición de los máximos representantes de la
economía del templo. Esta evolución afectó desde los ensio lu-
gal, cuyo poder no rebasaba generalmente los límites del distri­
to del templo hasta el rey que se atribuyó finalmente el predi­
cado de «rey del país», utilizado ya por Lugalzagesi, el último
soberano de la dinastía de Lagash, sucesor de Urukagina. Los
soberanos de la dinastía de Sargón de Akkad utilizaron el
título de «rey de Sumer y de Akkad». Junto al nombre de algu­
no de estos soberanos se encuentra también el título de «rey de
las cuatro zonas del universo», en el que se aprecia ya claramen­
te su carácter despótico y el objetivo de dominar en todo el
mundo conocido entonces. Los reyes de esta dinastía fueron di­
vinizados en vida. Narámsín se autodenominó «poderoso dios
de Akkad». En su famosa estela se hizo representar con la tiara
cornuda, que hasta entonces había sido el símbolo de los
dioses. Igualmente los soberanos de la tercera dinastía de Ur sé
divinizaron a sí mismos e hicieron que se les erigiesen templos
y estatuas.
Durante el período presargónico algunos soberanos apro­
vecharon su situación de sumo representante del templo para
enriquecerse a sí mismos a costa del templo (por ejemplo, secu­
larizando los bienes del templo). En el período sargónico co­
mienza claramente la evolución, que proseguirá luego con la
III dinastía de Ur: el soberano no sólo se sitúa por encima de
los miembros de la hierocracia del templo sino que coarta tam ­
bién la autonomía de los prohombres de las comunidades rura­
les. La inscripción del obelisco de Manishtüshu documenta al­
gunos casos de venta de terrenos comunales al rey, cuya posi­
ción frente a la comunidad se consolida económicamente. Los
ensi, descendientes de la aristocracia patricia, pierden su
influencia al ser convertidos en órganos del aparato burocrático
del rey y sus cargos oficiales dejan de ser hereditarios. Es el rey,
según su propia voluntad, quien les sitúa o les destituye de sus
cargos. De esta forma, el rey ataca a la propia comunidad que
continúa existiendo aún formalmente, pero cuyos órganos sólo
pueden tomar decisiones bajo las órdenes y vigilancia de aquél.
Los reyes de la III dinastía de Ur, aunque se apoyaban en un
complicado aparato de burocracia oligárquica y con su autodi-
vinización habían subyugado a la clase sacerdotal, no fueron
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