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(rjguadog) #1

Espero que el destino sea favorable a tus inten...
A veces, el destino es cruel, cruelmente mordaz. Normalmente, lo son las
personas. En este caso, al parecer, lo fue Isabel. Copperdale lo estaba comprobando
en múltiples músculos de su cuerpo. No podía flexionar los dedos y sabía, por
experiencia ajena y responsabilidad propia, que eso no era más que el comienzo.
—Isa, Isa... ¿Cómo te las has arreglado? Habría jurado que solamente una de las
dos relaxing cups of café estaba envenenada.


—Y solamente una lo estaba.
Cada gesto del americano podía ser el último, de modo que Copperdale adoptó
su sonrisa más amplia y amable. Imaginó que alguna de sus innumerables víctimas
lo estaría observando desde la otra vida, y el americano intentó transmitir que se
seguía riendo de todas ellas.


Todavía capaz de mover las piernas, puso rumbo voluntariamente a su
aparcamiento privado. Ella observaba cariñosamente a su mentor mientras lo
acompañaba. Recordaba todos los buenos momentos que habían pasado juntos:
cada chantaje, cada asesinato, cada guerra provocada. Lo había querido mucho.
Y en aquel momento, cuando él ya no podía enseñarle nada más, lo quería
muerto.
Con sus brazos rígidos como carámbanos, John apuntó uno de ellos a su Porsche



  1. Isabel cogió las llaves de los bolsillos de Copperdale y abrió la puerta
    del conductor. Ayudó a su superior a entrar en el vehículo. Se dirigió a la parte
    trasera y conectó el tubo de escape al maletero. Volvió, puso en marcha el motor y
    acarició por última vez la barbilla de quien iba a ser identificado por los guardias
    civiles «el guiri ese que ya te decía yo que se iba a acabar suicidando, vamoraver».
    Cerró las puertas y dejó que el monóxido de carbono cumpliera su misión.


La vida es como una tostadora. Nos introducen en ella sin consultarnos y nos
convencen de que el objetivo es hacernos ricos. Conforme pasa el tiempo, vamos
sufriendo cambios en nuestras macromoléculas. No todos son deseables. Muchos
acaban quemados y, aun así, temen el momento de la eyección.


En definitiva, Clint Eastwood andaba errado. La tostadora no es garantía de
nada. Si uno quiere garantías, ¡que compre una vida!

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