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(rjguadog) #1

imprudentemente de la copa de vino que usted le ofreció con gran generosidad, sin
preguntar si había cianuro de potasio en ella.
Pareció que la muerte del Dr. Geilatt no era un asunto grato para el doctor
Doctor, quien, en su suma bondad, había llegado incluso a sentirse culpable por
haberle envenenado. Por fortuna, aquellos fantasmas ya habían desaparecido y el
científico tenía la mente en paz.
—¿Qué culpa tengo yo de que ese tío diera por válida la hipótesis de que en el
vino no había cianuro? No me fío de un científico que haga esas asunciones tan
arriesgadas. Pero ve al grano, hombre —ordenó, exasperado, el reputado
investigador—. Te advierto de que las profecías no son más que chorradas, sin
excepción.
El flaco colaborador carraspeó y cogió todo el aire que pudiese caber en los
pequeños alveolos que habría en su pequeña caja torácica. Procedió a leer en voz
alta el texto grabado con punzón sobre la tablilla. En aquella época, ciento cincuenta
años atrás, habría papel, tinta e imprenta incluso en el mundo del interior de la
tostadora, pero, cuando se trataba de una profecía milenaria, muchos preferían
guardar unas formas.
—Llegará un día en el que un niño de nueve años con cara de alelado aparezca
en este mundo sobre un campo de botijos, y vendrá acompañado por una niña rubia
de la misma edad. Tomarán unas tostadas y unas pastas caducadas en la finca de
los botijocultores y partirán junto a la hija de ellos. Desbaratarán los planes de un
ambicioso biólogo que querrá dominar el mundo. Franchís, que así se llamará su
colaborador principal, sustituirá la programación y la experimentación por la
guitarra eléctrica y se unirá a un grupo de blues marcadamente setentero.
Franchís evidenció estar horriblemente asustado. No daba importancia al
detallito de que su director quisiera dominar el mundo, ya que cualquiera puede
hacer lo que le plazca con su tiempo libre. Pero sí le aterraba tener que dejar de
trabajar a cambio de algo que podría denominarse «remuneración» si no nos
ponemos muy estrictos, y comenzar a tocar en un grupo de música divertida, delante
de mujeres que gritarían su nombre y le lanzarían sus sujetadores. «¡Oh, no!» ¡Aún
era joven! Si no sufría explotación a esa edad, ¿cuándo la iba a sufrir?
—No te preocupes, chico —le tranquilizó su superior—. Cualquiera podría hacer
ese tipo de profecías tan vagas, sin concretar apenas. ¡Meras coincidencias! Y
Franchís debía de ser un nombre bastante común hace ciento cincuenta años.

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