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(rjguadog) #1

—Pero, papá, mamá, ¿qué será de vosotros sin mí? ¿Quién desordenará los
armarios de la cocina para que vosotros los ordenéis? ¿Quién llenará los espejos de
pasta de dientes para que vosotros los limpiéis? ¿Quién, siguiendo una dieta eterna,
desperdiciará la comida que preparáis? ¿Quién gastará el poco dinero que ganáis
con el cultivo de botijos?
—¡No te preocupes, hija mía! —la tranquilizó Eustrobio—. Intentaremos tener
otra hija de veintiún años. Con un poquito de suerte, estará más preparada para
asumir responsabilidades que tú.
Entre sollozos, Melibia agradeció a su padre sus amables palabras. Expresó su
gratitud también por los libros de texto, por la flauta travesera que Eustrobio recogió
del típico árbol flautista que previamente había plantado, por la deliciosa sopa de
letras de alfabeto cirílico de Márgara.


Alguna vez, alguna vez en la vida de todo padre del mundo del interior de la
tostadora, unos impertinentes jovencitos arrancan a su prole del hogar familiar. Es
ley de vida. Y ni los padres más protectores pueden evitarlo. Primero fue Ediardo;
ahora, Melibia.


—¿Adónde vamos? —preguntó Roberto—. Soy un chico muy sedentario...
—Y preguntón —se quejó Ana—. ¿Qué más te da, si no te has molestado en
informarte sobre la geografía de este mundo? Más bien querrás preguntar cuánto
queda.
—¡A Hertzig! —contestó Melibia, incapaz de reprimir su emoción—. Es una
ciudad al otro lado del río Chromel. Si nos saltamos el almuerzo y la merienda,
deberíamos llegar a tiempo para cenar en un restaurante barato.
Hertzig era una urbe bien comunicada con la capital del mundo del interior de la
tostadora. Ana podría registrarse como una ciudadana más en ese pintoresco
mundo. Melibia podría informarse sobre cómo salir del electrodoméstico, dado que,
al igual que ocurre con el paro, es más difícil salir que entrar. Roberto volvería a
encontrar un lugar donde sentarse. ¡Todos podrían comenzar a cumplir su sueño!
Conforme aquel grupo improvisado de viajeros se alejaba en dirección al río, la
hija de Eustrobio y Márgara escucho el sonido de una botella descorchándose.
Melibia supo que sus padres, apenados por su marcha, querrían ahogar sus penas
en champán. Los siguientes sonidos le indicaron que echaban tanto de menos a su

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