L
uis Buñuel hizo suyo el grito de
guerra de los simbolistas franceses
–Épater le bourgeois–, aunque hay
que reconocer que los burgueses se
lo pusieron fácil. En la época de Un
perro andaluz y La edad de oro, las
sales contra los desmayos seguían
a la orden del día y el público era tan ino-
cente, que caía en las redes del escándalo
por un simple ojo cortado.
Su siguiente película, Las Hurdes. Tierra
sin pan, rodada en la primavera de 1933
–entre el 20 de abril y el 24 de mayo–, vol-
vió a cabrear a los espectadores y fastidió
todavía más a un Gobierno que hubiera pre-
ferido apartar la vista ante la miseria del
mundo rural. Es cierto que Buñuel exagera-
ba, que su sentido del espectáculo imponía
que la verdad no le aguara un buen titular,
pero el aragonés no era un impostor. A pe-
sar de sus “intervenciones”, Buñuel rodó su
documental en una comarca extremeña, no
en un país extranjero; y, por amargo que
fuera su jarabe, no había más remedio que
probarlo para empezar a tomar medidas.
Hoy, la leyenda negra de Las Hurdes es
un cuento del pasado. Quizá el turista haya
visto la película –está disponible en youtu-
be– o se atreva a redactar los pies de foto
del primer viaje que hizo Alfonso XIII junto
con el “adelantado” Gregorio Marañón en
1922; pero, mientras contempla boquia-
bierto el meandro del Melero y la cascada
de los Ángeles, o mientras deambula por
las calles de Pinofranqueado y acaricia sus
casas de pizarra, no se le ocurrirá reparar
en el olvido que enterró a los hurdanos
durante tanto tiempo y que derivó en una
“terrible degeneración física e intelectual
de la raza”.
El mediometraje de Buñuel no denun-
ciaba un régimen político determinado,
sino el abandono y la indiferencia de mu-
chos siglos. En 1633, Alonso Sánchez había
anotado en De rebus Hispaniae que en Las
Hurdes moraban “humanos, completamen-
te desnudos, que se nutrían de castañas y
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los ensayos médicos y destinatarios ina-
plazables de la caridad de la Iglesia. Su
sola mención producía escalofríos. Tuvo
que ser un viajero limpio de prejuicios,
Miguel de Unamuno, quien pusiera negro
sobre blanco el auténtico carácter de una
región que no era la vergüenza de España,
sino su “honor”. Porque “¡hay que ver –
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han trabajado aquellos pobres hurdanos
para arrancar un misérrimo sustento a una
tierra ingrata!”. El autor de Andanzas y vi-
siones españolas no era ciego a los proble-
mas, pero le interesaba, sobre todo, rebatir
la imagen de “salvajes” que arrostraban sus
naturales y que, en cierto modo, tal vez sin
pretenderlo, Buñuel subrayó de nuevo con
su película.
El genio de Calanda no se plantó en Las
Hurdes como un dominguero cualquiera.
Había leído el estudio antropológico de
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y del doctor Marañón en sus expediciones
NUNCA UN MEDIOMETRAJE DIO PARA TANTO. LAS HURDES.
TIERRA SIN PAN, DE LUIS BUÑUEL, SACUDIÓ LAS CONCIENCIAS
DE LA CLASE POLÍTICA EN 1933 Y FUE PROHIBIDA POR LA
COALICIÓN CONSERVADORA QUE GOBERNABA EL PAÍS. SU
“REPORTAJE” DENUNCIABA LA MISERIA DEL MUNDO RURAL Y
APLOMABA LAS ALFORJAS DE LA LEYENDA NEGRA ESPAÑOLA.
EL LIBRO LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA EN 50 LUGARES
(EDITORIAL CYDONIA), DE ALBERTO DE FRUTOS, RECUERDA EL
IMPACTO DE AQUEL TÍTULO EN LA SOCIEDAD DE SU TIEMPO Y LAS
CONSECUENCIAS QUE HA TENIDO PARA LA REGIÓN EXTREMEÑA.
ALBERTO DE FRUTOS