A la derecha, Luis
Buñuel, un
provocador nato y un
genio del cine. Sus
primeras películas, Un
perro andaluz, La edad
de oro y el
documental Las
Hurdes, tierra sin pan,
sacudieron a la
sociedad de su
tiempo, como años
después pasaría con
Viridiana, nuestra
única Palma de Oro en
Cannes, o Belle de
jour.
J. Flaherty. Si este nos abrió los ojos, sin
tirar de cuchilla de afeitar, sobre los esqui-
males o los pescadores del archipiélago
de Arán, Buñuel hizo lo propio cuando se
acercó a los desposeídos y los olvidados de
esa expresionista y solanesca Tierra sin pan.
Su propuesta no gustó a la clase políti-
ca, como es obvio. En diciembre de 1933,
Gregorio Marañón, que tanto había hecho
por aliviar el infortunio de los hurdanos
desde su primer viaje a la zona (y que, de
hecho, presidía el patronato que velaba
por su progreso), le preguntó tras un pase
semiprivado en el Palacio de la Prensa
de Madrid: “¿Por qué enseñar siempre el
lado feo y desagradable? Yo he visto en
Las Hurdes carros cargados de trigo”, a lo
que el cineasta replicó con otra pregunta:
¿había visitado, acaso, la parte alta? Porque
él había pasado por diecisiete alquerías en
las que ni siquiera conocían el pan. Tras
acusarlo de hablar como un miembro más
del gabinete de Lerroux, se despidió del
médico con un escueto “Adiós”.
Así era Buñuel. Había organizado ese
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arropado por la intelectualidad capitalina,
le ayudara a levantar el veto que se cer-
nía sobre su película, y por poco acaban
a tortas. Pero no fue su temperamento lo
que lapidó sus opciones de promocionar su
obra. Desde noviembre de 1933 gobernaba
en España una coalición de derechas, que
no aceptaba la imagen “denigrante” que el
director daba del país. Como no tuvieron
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tro de nuestras fronteras, los “inquisidores”
dieron orden a sus embajadores de que, en
caso de que algún cine extranjero osara
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ante las autoridades pertinentes. Es posible
que detrás de esa persecución se encontra-
ra el ministro de Instrucción Pública, Fili-
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Ricardo Samper, quien sucedería a Lerroux
como presidente del Consejo.
INCOMPRENSIÓN Y CENSURA
¿Habría sido distinto si Buñuel hubiera
adelantado el estreno un par de meses?
¿Le habría dado la venia el primer gobierno
de la República? La verdad es que el Frente
Popular levantó la mano tras su victoria en
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aquel año, la película pudo asomarse a las
pantallas del Cinestudio Imagen de Madrid,
que dirigía Manuel Villegas López.
Durante la espera, Buñuel no se quedó
de brazos cruzados. En junio de 1934, Las
previas; sabía lo que quería contar y no le
importaba si, para enfatizarlo, tenía que
despeñar a una cabra o mandar a un vecino
a embadurnar de miel a un burro para que
se lo comieran las moscas.
Y eso fue lo que hizo.
MUCHO MÁS QUE UN MONTAJE
Disponía de un mes para el rodaje –su pre-
supuesto, de 20.000 pesetas, donado en
su mayor parte por su amigo, el polifacé-
tico anarquista Ramón Acín, no daba para
más–, y todas las mañanas se echaba a la
carretera en su FIAT hasta el pueblo que
tocara según el plan, antes de soltar a su
equipo –entre ellos a Eli Lotar, responsable
de fotografía– aquello de “luces, cámara,
¡acción!”.
Porque, sí, es cierto: Las Hurdes es un
montaje, pero un montaje, insistimos, que
no se podría haber hecho en el Palacio Real
de Madrid y que, en cualquier caso, no se
desviaba tanto de la línea seguida por otros
documentalistas de prestigio como Robert
LOS “INQUISIDORES” ORDENARON A SUS EMBAJADORES
QUE VIGILARAN SU PROYECCIÓN EN LOS CINES
EXTRANJEROS Y PROTESTARAN CONTRA LA MISMA
LA SEGUNDA REPÚBLICA ESPAÑOLA
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