EL MUNDO. JUEVES 5 DE SEPTIEMBRE DE 2019 HOJA Nº 29
P A P E L
POR LUIS
MARTÍNEZ VENECIA
Mostra de Venecia. El documentalista
Alexander O. Philippe coloca al
director William Friedkin ante la
cámara en ‘Leap of faith’ para analizar
‘El exorcista’ como película, obra
maestra y acto de fe
EL ENCUENTRO
DE UN
CRUCIFIJO Y
UNA VAGINA
iluminar como la
composición se la debe a
pintores como Ensor,
Magritte, Rembrandt,
Caravaggio o Vermeer.
También relata el largo
proceso de descartes y
peleas (dejó de hablarse
tanto con Bernard
Herrmann como con Lalo
Schifrin) para elegir la
banda sonora hasta dar
por casualidad con
Tubular bells de Mike
Oldfield. Por supuesto, las
ya míticas maneras de
estimular a sus actores
(desde la más elemental
bofetada al disparo al aire
por sorpresa) también
figuran en la exquisita
narración del caos
virtuoso que fue todo.
Lo que emerge de Leap
of faith es un brillante
acercamiento a la película
que cambió las reglas de
casi todo: del arte y del
negocio. Fue la primera
vez que el terror se trató
de forma realista. Sin
trucos ni sugerencias.
Friedkin ofreció al público
la posibilidad misma del
demonio. Fue la primera (y
única) vez que se abordó
el asunto de la religión sin
censuras. «Nadie había
juntado antes en el mismo
plano un crucifijo y una
vagina», recuerda
divertido. Fue, en
definitiva, un acto de fe.
¿Y si el cine, así en
general, no fuera más que
un acto de fe? De hecho,
lo es. ¿Cómo explicar si
no el raro artificio que
convierte una sala oscura
apenas iluminada por un
rayo en el lejano Oeste, o
en el espacio, o en el
escenario de, por
ejemplo, una posesión
demoniaca? Leap of faith
(es decir, acto de fe) es
como el director
Alexander O. Philippe
llama a su documental
sobre El exorcista que
ayer se presentó en la
Mostra y que
básicamente consiste en
una larga y precisa
entrevista con su director
William Friedkin. Y, en
efecto, en las poco menos
de dos horas que dura el
largo y visceral soliloquio,
la pantalla adquiere la
misma consistencia que
los sueños. Y que la fe. La
pasión de Friedkin a la
hora de recordar cada
detalle de la cinta que en
1973 cambió la historia
del género fantástico y
del cine acaba por tumbar
cada duda posible. Se
trata de fe en Friedkin; de
fe en el cine.
Y así, poco a poco, la
película es analizada hasta
el último detalle que la
informa. Cuenta Friedkin
que tanto la manera de
fotoperiodismo y la
fotografía documental de
maestros como Cartier-
Bresson, Dorothea Lange o
Garry Winogrand. «Un
fotógrafo de moda debería
contribuir a definir la
imagen de la mujer y del
hombre de su tiempo, a
reflejar cierta realidad
social o humana. Pero la
surrealista agenda de lo
comercial obliga a borrar
todo signo de vida y a
retocar la verdad personal
de las caras», declaró en
2016 a la revista Art Forum.
Aunque su reino
estuviera en el mundo de
la moda, Lindbergh
adoraba a la gente. «Lo
que le hacía único era su
consistente amabilidad y
calidez. Es uno de los
mejores seres humanos
que he conocido», ha
escrito en Twitter Charlize
Theron. «Su capacidad
para ver belleza en la
gente y en el mundo no
tenía fin», ha reconocido
Edward Enninful, editor
de la edición británica de
Vogue. Sus modelos no
fueron jamás un medio
sino un fin en sí mismas:
mujeres que exudaban
confianza y poder a
cualquier edad. En la
introducción a su libro
Shadows on the wall
(2018), escribió: «Todos los
fotógrafos que trabajan
hoy en día deberían estar
obligados a usar su
creatividad e influencia
para liberar a las mujeres,
y finalmente a todo el
mundo, del terror de la
juventud y la perfección».
Ya es hora.
Vogue EEUU, donde una
avispada y recién llegada
Anne Wintour sí quiso
publicar las sencillas fotos
en la playa de unas
jovencísimas modelos,
entre ellas Linda
Evangelista, Tatjana Patitz
y Christy Turlington,
vestidas simplemente con
camisas blancas. Dos años
después, en 1990,
Lindbergh firmó en la
edición británica de Vogue
la portada que inauguró
definitivamente una nueva
era en la moda, con unas
Linda Evangelista, Naomi
Campbell, Tatjana Patitz,
Cindy Crawford y Christy
Turlington reclutadas más
tarde por George Michael
para el videoclip de
Freedom! 90 y por Gianni
Versace para el inolvidable
desfile de su colección de
invierno de 1991.
«Usar la fotografía en
blanco y negro fue muy
importante a la hora de
crear las supermodelos», le
confesó en 2008 a la
historiadora del Arte
Charlote Cotton. «Eran tan
bellas, que cuando usaba
color las fotos terminaban
pareciendo un anuncio de
cosmética malo. En blanco
y negro puedes ver quiénes
son. Aparece una
sensación de realidad».
Esta aversión a las
mascaradas –«¡Odio el
retoque, odio el
maquillaje!», repetía en
sesiones y entrevistas–
tuvo mucho que ver con su
admiración por el
SUS RETRATOS EN
BLANCO y negro fueron
un caballo de Troya en una
industria en la que el
elemento humano se
reduce a mera percha o se
estiliza hasta endiosarlo. Ni
la ropa ni el personaje
despertaron demasiado
interés en Peter Lindbergh
(1944, Leszno, Polonia-
2019, París), más obsesio-
nado por lograr el gesto
que trasluce el estado del
alma que por vender un
estilo o crear un icono. En
1987, el director creativo
de la editorial Condé Nast
quiso saber porqué no
trabajaba para la edición
estadounidense de Vogue.
«Soy incapaz de fotografiar
a las mujeres tal y como lo
hace su revista», replicó,
sin ocultar su espanto por
el artificio que imperaba en
la época.
Paradójicamente, su
búsqueda del común
denominador de lo
humano en una mirada o
una sonrisa terminó
creando la primera
generación de
supermodelos cuyos
nombres llegaron a pesar
más que las marcas
mismas. Fue, además, en
SUPER-
MODELOS
SIN RE-
TOQUES
F O T O G R A F Í A
cosa. En la mirada
melancólica de una mujer
que mira a la cámara se
pueden ver muchas cosas,
se puede viajar. Son
imágenes melancólicas, sí.
Pero también alegres»,
respondía a Catherine
Grenier en el catálogo de
la exposición.
La obra de Lindbergh se
ha expuesto en museos y
centros de arte como el
MoMA, el Pompidou, el
Puskin o el Victoria &
Albert Museum. Pero la
última muestra que recoge
su página web es la de
Giacometti. Del mismo
modo, el hombre que
trabajó para Vogue,
Harper’s Bazaar, Rolling
Stone y Vanity Fair
concedió su última
entrevista a Arles,
publicación de esa ciudad
esencial en la vida del
fotógrafo alemán.
Peter Lindbergh estaba
casado en segundas
nupcias, tenía cuatro hijos
y siete nietos.
POR LOLA
FERNÁNDEZ
“LOS FOTÓGRAFOS
DEBERÍAN ESTAR
OBLIGADOS A LI-
BERAR A LA MU-
JER DEL TERROR
DE LA JUVENTUD
Y LA PERFECCIÓN”
La foto icónica ‘Camisas blancas, curso del 88’, en una exposición en Alemania. FELIX HORHAGER