ECONOMÍA / POLÍTICA
28 ExpansiónJueves 12 septiembre 2019
H
ay muchas razones para
sentirse orgullosos de la
contribución de España al
mundo, pero para eso hay que cono-
cer la Historia. Podríamos resumirla
diciendo que España es una historia
de éxitos que no tiene quien la escri-
ba. Por poner algunos ejemplos, ¿hay
algún libro de texto en el que se reco-
ja que la filosofía europea resurgió
gracias a las traducciones en la Es-
cuela de Toledo de textos árabes,
que se hacían eco de las fuentes grie-
gas o que la Escuela de Derecho Na-
tural de la Universidad de Salaman-
ca creó el Derecho de Gentes y el
Tratado de Tordesillas, que sigue
siendo considerado como la cuna del
Derecho Internacional?
Pero los españoles que protagoni-
zaron –entre otras– esas gestas tam-
bién cometieron errores. Por ejem-
plo, permitieron que se acumulara
una deuda inasumible que llevó al
país a varias bancarrotas derivadas
entre otras cosas del empeño por
mantener un imperio imposible.
Los políticos de entonces dejaron
de prestar atención a la buena selec-
ción de los dirigentes que rodeaban a
los reyes, lo que dio como resultado
que triunfaran los más imbéciles. Y
así apareció la corrupción.
Y, lo que fue peor, consolidaron
desde principios del siglo XIX (inva-
sión francesa) al enemigo interior,
debilidad estructural que ha perjudi-
cado nuestra cohesión, despilfarra-
do esfuerzos y obstaculizado nues-
tro progreso social y económico.
¿Les suena? Pues sí: cometieron
los mismos errores que los gober-
nantes modernos: una deuda inasu-
mible, una selección negativa para
los dirigentes, una creciente y apa-
bullante corrupción y, sobre todo,
una búsqueda incansable del enemi-
go interior como único argumento
para tapar las carencias y mediocri-
dades propias. Y así hemos llegado a
la España de hoy, de la que se puede
afirmar, sin lugar a duda, que no es
país para patriotas.
La España de hoy es un país con-
fundido, con una muy baja autoesti-
ma derivada de una interpretación
sesgada y acomplejada de nuestra
historia. Un país en el que resulta co-
mún escuchar afirmaciones del tipo
de: “No me siento español...”, incluso
en boca de muchos representantes
de lo que algunos llaman cultura o
intelectualidad, algo impensable en
países como Alemania, Italia, Reino
Unido, Francia o EEUU.
En España está asegurado que
quien formule tal boutade caerá sim-
pático a los nacionalistas y, por ende,
a todo aquel que confunde progreso
con identidad y tribu. Aquí el patrio-
tismo está mal visto porque la iz-
quierda asilvestrada y la derecha
acomplejada nos han hecho creer
que ser español a secas es cosa de
carcas, porque nadie ha hecho peda-
gogía democrática desde la Transi-
ción y porque, en definitiva, y para-
fraseando a García Márquez, Espa-
ña no tiene quien la escriba. Vamos,
que si aspiras a leer algún día el pre-
gón de las fiestas de tu pueblo, más
vale que te apuntes a la moda de de-
cir “Estado” venga o no a cuento y de
quitar la palabra España de tu voca-
bulario.
Mitos
Lo que hoy interesa es analizar cómo
y por qué hemos llegado a una situa-
ción en la que devaluamos nuestra
historia más reciente y desconoce-
mos nuestra historia real como país a
la vez que abrazamos cuantos mitos
negativos nos cuentan sobre ella. Por
centrarnos en la historia de la Espa-
ña democrática empecemos por de-
cir algunas verdades incómodas. Si
hoy estamos en manos de políticos
pequeños que demuestran cada día
un nulo sentido de Estado, es porque
durante muchos años ese comporta-
miento egoísta y cortoplacista ha re-
sultado política y electoralmente
muy rentable.
Ya lo dijo Elbert Hubbard: “La de-
mocracia tiene por lo menos un mé-
rito, y es que un miembro del Parla-
mento no puede ser más incompe-
tente que aquellos que le han vota-
do”. O sea, tenemos lo que hemos
elegido. Y hemos elegido que sean
cinco partidos (en vez de los dos de
siempre) los que se disputen el méri-
to de bloquear institucionalmente el
país mientras montan el circo en el
Congreso y calculan el rédito de cada
uno de sus espectáculos... y mientras
la desigualdad entre españoles crece
y el país se nos rompe, literalmente,
por las costuras.
Pero a esta situación no hemos lle-
gado de repente aunque resulte
complejo determinar cuándo se
abandonó el camino emprendido
por nuestros mayores tras la muerte
del dictador. Para mí, hay un mo-
mento en el que se alinearon los as-
tros para que se produjera “el acon-
tecimiento histórico de este plane-
ta”, que diría Leire Pajín. Ese mo-
mento no es otro que el advenimien-
to de José Luis Rodríguez Zapatero,
primero a la secretaría general del
PSOE en el año 2000 y después al
Gobierno de la Nación tras las elec-
ciones de 2004.
Zapatero fue ese presidente que
rompió todos los consensos trabados
durante y desde la Transición, inclu-
so alguno que él mismo había pro-
puesto estando en la oposición, co-
mo fue el Pacto por las Libertades y
contra el Terrorismo. Ya en sus pri-
meros años como secretario general
hizo “pinitos” y mandó algún aviso
(al que nadie prestó suficiente aten-
ción) sobre lo que sería su comporta-
miento al frente del Ejecutivo si los
españoles le encomendaban esa ta-
rea. Recuerden aquel mitin en no-
viembre de 2003 en el que Zapatero
pidió el voto para Maragall y procla-
mó: “Apoyaré la reforma del estatuto
que apruebe el Parlamento catalán”.
Ahí y así empezó todo. Y en cuanto
Zapatero llegó al Gobierno, en la pri-
mavera de 2004, el PSOE rompió el
principal consenso de la Transición
y comenzó a diseñar un nuevo mo-
delo territorial del Estado dejando al
margen al otro gran partido nacio-
nal, el Partido Popular. La ruptura de
la cohesión territorial y de la igual-
dad entre españoles germinó de for-
ma concreta cuando Zapatero im-
pulsó los estatutos llamados de Se-
gunda Generación, empezando por
el de Cataluña. No sólo cumplió
aquella promesa mitinera de 2003,
sino que cuando el acuerdo del Par-
lamento de Cataluña estaba a punto
de fracasar, llamó a su despacho en
la Moncloa a Artur Mas (que estaba
en la oposición en Cataluña, el presi-
dent era el socialista cordobés deve-
nido en nacionalista catalán, Monti-
lla) y pactó con él el Estatuto que
querían los nacionalistas al que el
propio PSC ya había renunciado.
Reforma constitucional
Esta locura de reforma constitucio-
nal por la puerta de atrás –leyes con
cuerpo de Estatuto pero alma de
Constitución– sería emulada rápida-
mente en otros lugares de España. Y
llegarían los estatutos de la Comuni-
dad Valenciana (mayoría PP, apoyo
PSOE) y el de Andalucía (mayoría
PSOE, apoyo PP). Y comenzamos a
asistir a la locura de escuchar de bo-
ca de dirigentes políticos de partidos
otrora nacionales, a la izquierda y a la
derecha, discursos en defensa de la
identidad, de los sentimientos de
pertenencia, de las “leyes ancestra-
les”... como único argumento para
justificar derechos diferentes entre
españoles. Y empezó a ser “normal”
que cualquier nacionalista vasco o
catalán pudiera tachar de traidor a
todo vasco o catalán que no procla-
mara su voluntad de venerar los
símbolos y banderas de Cataluña o
del País Vasco mientras condena-
ban al infierno (a la muerte civil,
cuando menos) a todo vasco o cata-
lán que pidiera el mismo respeto
para los símbolos constitucionales
españoles.
Todas esas cosas, meros síntomas
de la enfermedad, ocurrieron ante el
silencio abrumador –o la complici-
dad efectiva– de la mayoría política,
económica, social y mediática de
nuestro país. Y en España se fue ins-
taurando la idea de que ser “patrio-
ta” vasco, o gallego, o catalán era ser
progre, mientras que ser patriota es-
pañol resultaba ser carca... o directa-
mente facha. Y en esas (tras el parén-
tesis de Rajoy, que desaprovechó
una mayoría absoluta que los espa-
ñoles le habían dado), llegó Pedro
Sánchez y cumplió la ley de Murphy:
todo lo que puede empeorar, em-
peora. Pero de eso, si les parece, ha-
blamos la semana que viene.
¿Qué le pasa a España?
Rosa Díez
La situación actual, con una deuda inasumible, una selección negativa para los dirigentes,
una creciente y apabullante corrupción y una búsqueda incansable del enemigo interior como
único argumento para tapar las carencias propias recuerda a los problemas de siglos anteriores.
Zapatero rompió todos
los consensos trabados
durante y desde
la Transición
OPINIÓN
El ex presidente catalán Pasqual Maragall junto con el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero.
Elena Ramón
La locura de reforma
del Estatut sería emulada
rápidamente en otros
lugares de España