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uando las crisis demográficas medievales,
especialmente la del siglo XIV, hicieron que
escasease la mano de obra, los fundamentos
económicos del feudalismo se tambalearos. Los
vínculos de servidumbre empezaron a ser sustitui-
dos por lo que finalmente serían contratos de
arrendamiento y los trabajadores pudieron moverse
más libremente; cambió también la técnica militar
(caballería pesada, armas de fuego) y se extendió el
poder territorial de unidades políticas mucho
mayores en las que había menos bandidaje y más
seguridad. Esto tuvo dos efectos económicos decisi-
vos. En primer lugar, se hizo más fácil comerciar a larga distancia y
asumir riesgos, y en segundo lugar, los emprendedores de la época
pudieron escapar de la regulación asfixiante de los gremios en las
ciudades y establecerse como productores de manufacturas a
través de contratos con campesinos cada uno de los cuales elabora-
ba solo una parte del proceso.
El sistema putting-out cubrió toda Europa de manufacturas
mucho antes de la Revolución industrial y, en realidad, nunca fue
del todo desplazado por esta, porque los empresarios se dieron
cuenta de que, bajo muchas circunstancias, era más fácil y barato
producir usando el mercado que agrupando todo el proceso de
producción bajo el techo de una misma empresa. Ronald Coase fue
reconocido con el Nobel en 1991 por haber expresado en “The
Nature of the Firm” (Economica, 1937) este principio económico tan
poderoso y a la vez tan básico. Años después, el mismo Coase se
asombraba con sarcasmo de que el mundo académico hubiese
tardado más de medio siglo en darse cuenta de la importancia de
su pequeño artículo.
La visión de Coase se enriqueció después con los análisis de
costes de transacción (especialmente con los de Oliver Williamson
sobre especificidad de activos), su uso exclusivo para una función
concreta y los de Armen Alchian y Harold Demset sobre la produc-
ción en
equipo. Pero
la perspectiva
de Coase
vuelve a ser
crucial ahora
porque la
digitalización
está teniendo
un fuerte
impacto en la
producción,
la distribu-
ción, las
transacciones
de activos, los
estilos de
consumo y,
consecuente-
mente, la
forma y el
tamaño de las empresas. La complejidad técnica hace necesario “un
agente central que supervise un conjunto complejo de contratos” (A.
Alchian y H. Demset, “Production, Information Costs and Economic
Organization”, A.E.R., 1972) y tiende, por tanto, a incrementar el
tamaño de las empresas si quieren sobrevivir en el mercado. Ade-
más, la revolución digital está incrementando la especificidad y
sofisticación de muchos activos y, a la vez, su complementariedad
con inversiones previas, haciendo que las empresas tiendan a
querer tenerlas todas bajo su propio control. La rapidez del cambio
y la sofisticación técnica que plantea la digitalización hace que, si
se externaliza la producción, los contratos sean incompletos e
inciertos y aumente el riesgo de comportamiento desleal poscon-
tractual de las partes. Por eso, mucho antes de la revolución digital
Oliver Williamson recordaba en su clásico Markets and Hierarquies
(1975) que, en caso de complejidad técnica creciente, la producción
debería hacerse a través de “un arreglo jerárquico de gobernanza”,
es decir, a través de una empresa más grande.
Sin embargo, no todos los activos empresariales cambian igual
con el avance técnico. En concreto, el factor trabajo puede ser
un activo cuya especificidad para la empresa que se enfrenta a
ide
as
bri
llan
tes
C
Sin reparos
Incerti-
dumbre
digital
Por
Pedro
Fraile
Balbín
El rincón de
la opinón y
el pensamiento
Pedro Fraile
Balbín
Javier Jové
Sandoval
Alfonso
Carbajo
Lorenzo
Bernaldo
de Quirós
Carlos
Rodríguez
Braun
COMO SIEMPRE
EN LA SOCIEDAD
ABIERTA, NOS
ENFRENTAMOS
A UNA SITUACIÓN
NUEVA Y
DESCONOCIDA,
Y EL PELIGRO ES
QUE ALGÚN
ILUMINADO
SE CREA
FACULTADO
PARA PREDECIR
EL FUTURO Para Karl Marx, un burócrata bienintencionado puede
decidir mejor que el mercado cómo asignar los recursos.