LIBRO RELATOS DE PAPANTLA II

(Lucía Laura Muñoz Corona) #1

A esa hora ya andaba boleando el “ciclón” en los distintos departamentos de la
compañía, sin saber lo que se había suscitado por su culpa, cuando se da cuenta
de la llegada de los oficiales, corrió de inmediato y le dijo al secretario sudando y
muy preocupado, que él había tomado las monedas para llevárselas a enseñar a
su familia, que él las tenía y que de inmediato las iba a traer de su casa. Y es así
como del que menos se sospechaba era el que las había sustraído, ya que tenía
alrededor de siete años de bolear en la compañía y nunca se había tenido queja
de su actuar.


De no haber sido por su confesión, nos hubieran detenido los del Servicio
Secreto y hubiésemos sido corridos de la compañía vergonzosamente, sin saber
nunca el motivo, ni quién había hurtado el dinero.


Al año fui promovido al departamento geológico como encargado de las
muestras de Los Pozos con un excelente jefe Míster Milek. En esos días se
abrieron los campos de “Magueycitos”, “San José de las Rusias”, “El caballito”,”
Soto La Marina”. Entonces el señor Milek me propuso irme a los campos con todo
pagado en igualdad de condiciones que los norteamericanos, acepté de inmediato
ir a las muestras de los pozos como intérprete de los geólogos, conocí desde la
estación Manuel Tamaulipas a Soto La Marina, llevaba una vida descansada, libre
y agradable. El campo contaba con un restaurante asistido por chinos, excelente
comida y abundante. Agregando a esto una gran cantidad de guajolotes silvestres,
venados, jabalíes y toda clase de animal de monte, esto hacía que la alimentación
fuera variada. Recuerdo además que los faros eran de madera, se perforaba con
rotaria y pulseta. Encontramos formaciones bastante duras como basalto en
donde las barrenas perforaban una pulgada por turno. Los caballos, mulas y
burros costaban entre $40.00 y $100.00, eran muy económicos, la disciplina del
campo era muy estricta, no había diversiones y en tiempos de agua no se
trabajaba, nos alimentábamos y descansábamos. La correspondencia la teníamos
una vez por semana pues en ese tiempo el único que podía transitar era un tractor
con guayines de llanta sólida y para llegar allá se hacía un día entero del campo
hasta la estación Manuel.

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