para resguardar este querido instrumento, que solía
sacar en celebraciones familiares para tocar “anti-
guas canciones mexicanas”, mientras sus hijos la
acompañaban con el canto.
Para bordarla eligió punto cadeneta y relleno,
variando el grosor de las hebras entre una (para
hojas y tallos) y dos (para las flores), lo que le otorga
una sensación de tridimensionalidad a todo el
diseño. Esta especie de enredadera es una composi-
ción hecha de diferentes tipos de flores. En el
centro, el pensamiento pareciese llevarse todas las
miradas, mientras claveles y nomeolvides lo acom-
pañan, coronados por dos pequeños pajaritos que
se miran directamente.
Los bordados de Eloísa son, sin duda, un testimonio
de su persistencia. En sus textiles es posible visuali-
zar cómo ha sido capaz de adaptar su oficio con el
paso de los años y de abocar su energía a mantener
viva esta pasión, sin importar la manera de realizarla.
Su resiliencia confluye en estos hilos de colores que,
orgánicamente, van construyendo un jardín que
narra la historia personal de esta bordadora.