Al instante llegaron más vehículos, acompañados de un automóvil
policial. Metieron ahí a la madre, mientras que a Návila se la llevaron en
otro de los coches. El joven quedó atónito por la situación surrealista que
presenció. De regreso a su trabajo, se sintió culpable por no haber hecho
nada.
Mientras caminaba, se cuestionaba a sí mismo.
¿Debí ayudarlas? ¿Debí oponerme? Návila estará en un mejor
lugar. Ese sitio simplemente era inadecuado para alguien tan pequeña.
Además, la niña estaba desnutrida, y esa mujer también recibirá un mejor
trato.
El jefe lo vio llegar al local con el semblante triste, por lo que este
sintió la curiosidad de preguntar.
—Bien, muchacho... ¿Qué viste?
—Se las llevaron...
—¿Qué?
—La madre de la niña... era la mujer a quien yo siempre rechazaba.
Se las llevaron a ambas. Unos agentes de protección infantil intervinieron.
Yo... Yo no pude hacer nada.
El jefe se rascaba el cuello bastante apenado.
—Bueno, era cuestión de tiempo. Ahora estarán en un sitio más
seguro.
—¡Entonces hice lo correcto! ¡¿Verdad?! —preguntó el empleado
queriendo sentirse mejor consigo mismo. Después añadió—: Pero, jefe...
¿Qué ocurrió con el padre de la niña?
El dueño suspiró y miró al joven directamente a los ojos con el
rostro serio, cerró la ventana del negocio y trancó la puerta colocando el
cartel de CERRADO.
—Ven, muchacho, siéntate. Te contaré una breve historia.
Cerca de los refrigeradores había una pequeña mesa en donde solían
comer a la hora del descanso. El dueño cogió una botella de cerveza y se
dispuso a llenar un vaso.
—¿Quieres un poco?
—No. Gracias, señor. Yo no bebo.
—Entonces... ¿Un vaso de agua?