—Mmmm no. Yo no conozco a mi padre. Pedro es un amigo de
mamá —respondió ella mientras terminaba de secarle la baba de su boca.
—¡Ah!... entiendo —expresó el joven confundido.
Él se sentó en el andrajoso sofá y se cubrió el rostro con ambas
manos. Todo le parecía muy extraño; la mujer, Pedro, los vecinos, la niña.
La puerta de la casa todavía estaba abierta. De repente escuchó el freno de
unos neumáticos. El joven inclinó la vista y vio un vehículo gris que tenía
un gran logo en la puerta del conductor.
Un hombre y una mujer con trajes negros bajaron del automóvil.
Echaron un vistazo al lamentable jardín y al aspecto deplorable de la casa.
Ambos se aproximaron a la entrada. Él se acercó lentamente para recibirlos,
pero Návila corrió y cerró la puerta con vehemencia.
—¿¡Q-Qué haces!?
—¡No les abras!... ¡Por favor! —Ella comenzó a llorar—. ¡Me
quieren separar de mi mami!
El joven tragó saliva al oír eso. Las personas tocaron a la puerta, y él
terminó abriéndoles sin pensar demasiado, pues le dijo a Návila que debía
hacerlo por educación. La niña corrió llorando para abrazar a su madre.
—Muy buenas tardes, señor. Somos del departamento de protección
infantil. —La mujer mostró una placa—. Tras reiteradas visitas, hemos
venido a comprobar la situación de la señorita Návila Clein y la de su
madre. Tenemos una orden judicial... ¿Usted es un familiar?
—¡No, no! Yo solamente acompañé a la pequeña hasta aquí.
—Entiendo, señor. Si nos disculpa... —Ambos agentes se abrieron
paso e ingresaron al hogar—. Nos llevaremos a la niña a un mejor lugar,
este sitio no es adecuado para ella. Con respecto a la mujer, esta será
internada en un instituto de rehabilitación.
Návila comenzó a gritar y a llorar más fuerte, lanzándose al cuello
de su madre para que no las separasen.
—No te resistas, corazón. Estarás mejor con nosotros.
—¡¡Yo quiero estar con mi mami!!
Uno de los agentes logró separarlas.
—¡¡Por favor!! ¡¡No me quiten a mi mami!!