progenitora. Pero por sobre todo se acordó del día en el que Caluti la
rescató de ese infierno en el que vivía.
Entonces dibujó una tenue sonrisa.
Creo que siempre he sido una carga para todos... En verdad soy una
completa inútil, se dijo a sí misma.
Esmeralda observó cómo las lágrimas de la secretaria recorrían sus
mejillas.
—¡Déjate de sentimentalismos y entiende de una puta vez que
Caluti es un psicópata! —Ella tomó su pistola de plasma y le apuntó
directamente a la cabeza—. Más vale que decidas de qué lado estás. Si
piensas seguir ayudando a Caluti..., te mataré aquí mismo.
—¡Oye, Esmeralda! ¡Cálmate! —exclamó Sam asustado e
intentando apaciguar el ambiente.
La chica de cabello verde se veía muy decidida, mientras que Návila
parecía estar envuelta en una batalla interna consigo misma. Sin embargo,
después de pensar mucho, al fin tomó una decisión.
Cientos de policías estaban ingresando al edificio para detener a
Caluti y a sus cómplices. Los agentes iban en grupos de cinco en cinco, con
el fin de revisar cada habitación. Una de las escuadras llegó al piso treinta y
siete. Se acercaron hasta la oficina de Boldort y golpearon la puerta con
fuerza.
—¡Somos la policía! ¡Les ordenamos inmediatamente que se
entreguen! —gritó un agente desde el pasillo.
—¡Carajos! ¡Lo que faltaba! —exclamó Esmeralda con el ceño
fruncido.
—¿¡Có... Cómo es que supieron tan rápido que estábamos aquí!? —
preguntó Sam bastante alterado.
El agente se oía muy enfadado.
—¡¡Si no nos dejan ingresar, lo haremos a la fuerza!! ¡Los que se
encuentren aquí presentarán cargos por invasión a un edificio
gubernamental, y por ataque terrorista!
Dos hombres más llegaron al lugar mientras el policía los
amenazaba. Los oficiales los miraron con sorpresa.
—¿Ustedes dos qué diablos hacen aquí?