La mujer comenzó a convulsionar y a gritar de dolor. Samuel le regañó al
ver eso.
—¡Esmeralda!... ¿¡Te volviste loca!?
—Tranquilo... Solo observa.
Para cuando el humo de la habitación terminó de dispersarse, Návila
ya había dejado de temblar. Ella se tocaba el hombro con incredulidad.
—Ya... no siento... dolor.
—Quítate la venda —Le ordenó Esmeralda fríamente.
Návila obedeció sin quejarse, entonces quedó asombrada de que su
herida haya sanado completamente, pues solo se veía una pequeña cicatriz.
Samuel también quedó pasmado.
—Es... sorprendente. Sabía que el señor Caluti experimentaba con
otras personas, pero jamás creí que yo lo viviría en carne propia.
Después de decir eso, la mujer miró a Esmeralda con una hermosa
sonrisa. Ella se quitó los lentes, pudiéndose apreciar el brillo en sus ojos.
—Muchas gracias.
Era la primera vez que Sam veía a Návila sonreír. Cleman y Belton
también quedaron encantados por su belleza.
¡Que hermosa mujer!, pensaron los tres hombres al mismo tiempo.
—Más vale que no te acostumbres —Esmeralda no se dejó cautivar
por esa cara bonita—, considéralo el segundo favor que te hago. Desde
ahora tu vida me pertenece. ¡Vamos, levántate en este instante!
El ambiente dejó de ser tenso por un breve segundo, pero de
repente, todos vieron por la ventana cómo un pequeño misil se dirigía
directamente hacia la cárcel de Paronia. Este había despegado desde la
azotea. Samuel corrió hacia la gran ventana y reposó ambas manos sobre el
vidrio polarizado.
—¡¡El!!... ¡¡El proyectil dejó un enorme agujero en el muro de la
cárcel!! —Sam tragó saliva sin poder creer lo que veía—. ¡¡Los presos
están saliendo al exterior!!... ¡¡Salen por montones!!
—¡¿Qué rayos?! —exclamó Belton, igualmente atónito.
En ese instante otros cuatro proyectiles despegaron desde la azotea,
destrozando varios edificios de alrededor. A lo lejos, algunas construcciones
empezaron a incendiarse.