—No... puede... ser... —decía el detective Cleman, todavía con los
ojos bien abiertos.
¡Diablos! ¡Morgan! ¡¿Qué demonios sucedió allá arriba?!, pensó
Esmeralda activando el transmisor.
—¡Morgan! ¡¿Me escuchas?!... ¡¿Qué está pasando allí?!
—Esm... meral... —La voz del limario apenas se podía oír—.
Calut...
—¡Morgan!... ¡No te escucho!... ¡Hay demasiada interferencia en la
señal!... ¡Hemos visto una ojiva desde aquí!... ¡¿Qué sucedió?!
—¡Las bomb!...
Desde el radio se escuchó un golpe, acompañado de muchos gritos y
disparos. También se oyó un potente rugido.
—¡Mag... nus!... ¡Esta... mos!... ¡muri!... —decía Morgan por el
transmisor.
—¡No puede ser! ¡Debo rescatar a mi abuela! —gritó Samuel
mientras veía cómo se quemaban y se derrumbaban los edificios, en tanto se
desataba el pánico en la ciudad.
Los reos pigmentados tenían armas de fuego y mataban
indiscriminadamente a cualquier persona que se encontraba en el camino.
Los policías no podían hacerles frente con sus pobres armas eléctricas. Los
carceleros volcaban vehículos y autobuses, destrozaban tiendas e
incendiaban centros comerciales. Al mismo tiempo, las calles y las veredas
se llenaban de gente muerta; con hombres, mujeres y niños ensangrentados
por doquier.
—¿Có... Cómo consiguieron esas armas? —preguntó Sam
horrorizado por la cantidad de sangre y llamas en los pavimentos.
De repente observaron a muchas maquinitas voladoras pasando
entre los edificios y lanzando las armas de fuego a los reos. Esmeralda
escuchó algo en la transmisión.
—¡Protej...
Después de oír esa línea sin terminar, la señal con Morgan se cortó
definitivamente.