—Señor..., tengo otra pregunta.
—Sí, ¿cuál?
—Verá, yo creo que la felicidad no es solamente “la ausencia de
preocupaciones”... sino también “la presencia de momentos alegres”.
Bueno, por lo menos es así cómo yo lo veo. Considerando todo eso...,
¿usted es feliz?
Este se quedó en silencio y miró brevemente al suelo. Él no
respondió la pregunta, sino que simplemente se limitó a cambiar de tema.
—Sabes, también intentaré hablar con los habitantes de Astoriu para
que vuelvan a formar parte de la sociedad.
—¿En verdad, señor?... ¿Haría eso por mí?
—No solo por ti, muchacho... Lo haré por todos los astoriutas que
fueron exiliados injustamente. El mundo debe saber que los Orains existen
y sus voces son igual de válidas que cualquier otro habitante de Eumaria.
—¡¡Mu... Muchas gracias, señor!!
El coloso se conmovió con esas palabras, hasta el punto en el que le
empezaron a salir lágrimas. Él lloraba solo de imaginar a los Orains
viviendo libres afuera de esas murallas.
—Bueno, iré a ducharme. Tú deberías hacer lo mismo. Basta de
charlas filosóficas por hoy. Pídele a alguna de estas personas que te enseñe
tu habitación.
››Yo estaré en mi oficina... Sinceramente estoy un poco agotado.
—Está bien, señor, pero antes de que se vaya quiero hacerle una
última pregunta.
—¿Sí? —dijo él estando de espaldas y mirándolo por el rabillo del
ojo.
—¿Qué ocurrió con el doctor Magnus y la señorita Návila?... Es que
usted no me había respondido.
Caluti avanzó unos pasos, y después de guardar silencio por unos
segundos, decidió responder.
—Ellos murieron; a Návila la asesinaron durante la misión, y en
cuanto a Magnus..., yo lo maté porque nos traicionó.
El coloso quedó atónito al oír que su amiga falleció. Este tenía los
ojos bien abiertos y un nudo que se le empezó a formar en la garganta.