Se apagaron los reflectores blancos y se encendieron otras luces de
colores. Todas las personas bailaban y disfrutaban del evento. Cloe, quien
en ese momento llevaba puesto un vestido color turquesa bastante largo y
unos calzados negros, estaba siendo cortejada por tres chicos de cabellos
rojo, negro y verde respectivamente. Ella vio a su hermano parado en la
entrada.
El limario reposaba su hombro contra el marco de la puerta,
mientras observaba la escena con ternura. Uno de los chicos le ofreció una
copa, y después de recogerse el cabello detrás de su oreja, ella aceptó
amablemente y con timidez, pero cuando volvió a mirar en dirección a su
hermano, este ya no estaba ahí.
—Disculpen, tengo que hacer algo —Le dijo Cloe al muchacho
devolviéndole la bebida.
Ella se abrió paso y caminó hacia la entrada. Cuando salió del
recinto, vio a Morgan sentado en un banco marrón bajo la luz de una
lámpara, observando nostálgico la luna y las estrellas. Él ya se había
quitado el traje y la corbata, por lo que solamente vestía una camisa blanca
remangada.
—¿Hermano?... ¿Qué haces aquí afuera?
—¡Oh! Cloe. Ven..., siéntate.
Ella se sentó a su lado y reposó la cabeza sobre su hombro.
—¿Cuándo fue la última vez que hablamos?... ¿Hace unos tres
meses?
—No lo sé... —Morgan sonreía en tanto seguía mirando el cielo
nocturno—. Sabes, me alegró verte con esos jóvenes. Estoy feliz de saber
que ahora se tolera la diversidad.
—¡Y todo es gracias a ti y a Esmeralda! —comentó Cloe mientras
recordaba a los chicos que la intentaron cortejar. Ella añadió con una
sonrisa—: Aunque, me da vergüenza decirles que tengo veintiocho años...
Ya estoy vieja para ellos.
—¡Oye! ¡Si dices eso..., haces que alguien de treinta años como yo
se sienta aún más viejo! —bromeó Morgan mientras frotaba el cabello de su
hermana para molestarla.