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La posibilidad de compartir los cuidados con otros miembros de la familia es decisiva a la hora
de prestar esta atención. Suele ser útil reunirse para evaluar los cambios y planificar los cuidados.
A veces se producen conflictos entre la persona cuidadora y otros miembros del grupo familiar
que pueden no estar dispuestos a colaborar, hacen un análisis distinto de la situación o plantean
alternativas diferentes.


Es importante el tipo de vivienda: amplitud de espacio, espacios físicos diferenciados para el
cuidado, barreras físicas que dificultan los cuidados, camas y otros instrumentos, etc. En general
en las ciudades los pisos son pequeños, con poco espacio y no permiten la separación de la
familia nuclear y la persona cuidada.


Otros factores que influyen: recursos económicos, estructura y clima familiar, proyecto de fami-
lia, habilidades personales y sociales (escucha, comunicación, negociación de las personas del
grupo familiar), reparto de tareas, roles y funciones de cada persona, etc.


Factores socioculturales


En las últimas décadas se han dado importantes cambios sociales y culturales y avances en el
sistema sanitario que han permitido incrementar la esperanza de vida y reducir la mortalidad,
ampliándose la franja de población que se encuentra en etapas vitales avanzadas.


En la actualidad, existen determinados modelos culturales dominantes respecto al cuidar, al rol
de mujeres y hombres, de hijos y de hijas, de anciano, de enfermo mental, incapacitado, etc. En
esta sociedad industrial se ha producido una inversión de la estima social y una pérdida de los
valores sociales positivos respecto a la población mayor, existen múltiples estereotipos negativos
sobre las personas mayores, culto al cuerpo joven, a la juventud y a la belleza, valoración negati-
va y “miedo” a la enfermedad mental e incapacidad, etc.


Socialmente, el cuidado de las personas ancianas se percibe como una obligación moral de
hijos e hijas, aunque el sentimiento de obligación filial se va perdiendo. Se atribuye a las mujeres
una mayor “capacidad natural” para proporcionar cuidados. Además, existe un escaso reconoci-
miento, apoyo y valoración social del cuidar.


En la generación de cuidadoras suele darse una valoración positiva de la entrega y del sufri-
miento: el dolor ennoblece, el sufrimiento posee virtudes altamente gratificantes, la adversidad
genera entereza...


Por otra parte, el cuidar hace parte de la producción doméstica de bienes y servicios que es,
aunque no se le valore, una parte importante del sistema económico global. Sin todas las activi-
dades básicas que conlleva sería difícil imaginar el funcionamiento de nuestra sociedad. La ayuda
que no procede de la hija y su familia restringida suele ser escasa y suele correr a cargo de otros
familiares, empleadas de hogar, servicios sociales u otras personas (amigos, amigas, vecindario,
etc.).


Influye el nivel socioeconómico y los recursos disponibles de apoyo al grupo familiar para el
cuidado: Los recursos ocupacionales y de ocio para las personas enfermas son escasos, la ayuda
económica de las instituciones depende exclusivamente de ingresos económicos familiares (otros
criterios como la gravedad, tiempo del proceso... no se consideran). Los servicios de ayuda domi-
ciliaria suelen ir más orientados a personas mayores que viven solas (lavarles la ropa, limpiar la
casa...). Sería útil ampliarlo a otros servicios que permitan algún tiempo libre a la cuidadora: cui-
dado de la persona algunas horas, servicios de sustitución, etc.

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