El Mundo - 09.09.2019

(National Geographic (Little) Kids) #1

EL MUNDO. LUNES 9 DE SEPTIEMBRE DE 2019 HOJA Nº 29


P A P E L


C U L T U R A

«Weimar sufrió muchas
más crisis de las que
cualquier democracia
puede soportar», explica
Weitz a EL MUNDO.
«Heredó la humillación
por la derrota de la I
Guerra Mundial, aunque
esa responsabilidad no era
suya, sino del antiguo
régimen del Kaiser y sus
generales. El tratado de
Versalles impuso pesos
económicos, sociales y
políticos enormes.
Luego
llegaron la
hiperinflación

de 1923 y la crisis mundial
de 1928. Pese a ello, la
reconstrucción del país
fue mucho más ágil de lo
que se pueda pensar.
Weimar no cayó como
caen los castillos de
naipes, sino que fue
destruida por una
coalición de sus enemigos,
la derecha conservadora y
la nueva derecha radical,
representada, sobre todo,
por los nazis. Los unía el
odio a lo que Weimar
representaba: democracia;

experimentación social y
cultural, cierta liberación
sexual, representación de
los trabajadores en las
empresas, preminencia de
los judíos en la vida
profesional y cultural... Su
proyecto consistía en
eliminar Weimar y lo
lograron aprovechando el
clima económico».
En el libro de Weitz hay
mucho contenido político,
pero no sólo eso: en uno de
sus capítulos, ofrece Un
paseo por la ciudad, al
estilo de los flâneurs de la
época. El recorrido pasa
por las clásicas malas
calles berlinesas –en
las que la cocaína se
encontraba en las
farmacias y los cabarets
programaban espectáculos
sadomasoquistas– y las
explica a través del efecto
de la Gran Guerra en el
derrumbre moral y la
angustia vital de los
alemanes.
Pero también recorre los
suburbios de las nuevas
clases medias, que las
había. Hay datos que no
son conocidos: Weimer
construyó millones de
viviendas públicas, de
estilo racionalista. Pese a
su aspecto autodestructivo,
la Alemania de Weimar
trataba de construir un
país feliz y culto.
«Existía un sentido de
esperanza muy fuerte»,
cuenta Weitz. «Se nota en
el arte de la época, que es
muy propositivo. Es una
idea que no puedo probar,
pero creo firmemente que
la fragilidad de Weimar
también fue una fuente de
innovación cultural. Todo
el arte y la arquitectura de
la época trata sobre el
mismo tema: ¿en qué
consiste ser moderno?
¿Cómo se vive en este
mundo frenético, en
constante cambio? Y el
conflicto político era parte
de esa vida frenética».
El paseo de Weitz
termina a las afueras de la
ciudad. «Weimar fue
Berlín. Berlín fue Weimar.
Era un imán que atraía a
alemanes de talento, pero
que también infundía
pavor y desprecio». En el
Metrópolis de Philip Kerr,
el detective Günther
tampoco va más alla del
barrio de Wedding. ¿Por
qué lo habría necesitado?

Claude Lelouch es
un caso. A sus 81
años, y después de
alrededor de
cincuenta películas, el viernes
estrena en España Los años más
bellos de una vida, escalofriante
título. Es la tercera entrega de
los azarosos amores de dos
viudos con hijos (por decirlo así
de mal), la script de cine Anne y
el piloto de carreras Jean-Louis.
Todo empezó en Deauville en
1966, según contó Lelouch en
Un hombre y una mujer y volvió
a contar, siguiendo la pista de los
amantes, en 1986 en Un hombre
y una mujer, 20 años después.
Con los mismos actores, los
espléndidos Jean-Louis
Trintignant y Anouk Aimée.
¿No es un caso? Tres películas
sobre los mismos personajes y
con los mismos intérpretes
–incluidos los hijos–, realizadas
en tres décadas distintas y a lo
largo de más de medio siglo. Un
caso de supervivencia creativa
del propio Lelouch y sus
protagonistas, pero también de
un modo francés de abordar el
cine de sentimientos. Los más
jóvenes no se pueden imaginar
lo que significó Un hombre y una
mujer, Palma de Oro de Cannes
y Oscar de Hollywood al mejor
filme extranjero. Sólo en
Francia, cerca de cuatro
millones y medio de
espectadores. Un exitazo
mundial. Y un campo de batalla.
Un ejemplo histórico de divorcio
entre espectadores y crítica.
Mientras el público se
emocionaba y lloriqueaba, los
críticos ponían a parir a Lelouch
y lo tomaban por el primo tonto
de los entonces aupadísimos
directores de la Nouvelle Vague.
Se consolidó el término
«lelouchismo» para denigrar
–pese a ciertos experimentos
con el color y la narrativa– lo
que se consideraba una
fotografía esteticista y
publicitaria y un modo cursi y
almibarado de abordar el
enamoramiento. La música de
Francis Lai completaba la
tostada. Las radios españolas,
como todas las del planeta,
machacaban cada día –dabadá,
dabadá– con el tema central de
la película. Francis Lai se forró:
se hicieron más de 300 versiones
de la dichosa canción en todo el
mundo. Y Lai revalidó el golpe
–y ganó el Oscar– con la canción
de Love Story (1970): «qué

bonito es/ que tras la lluvia del
verano salga el sol...». ¡Y tanto!
Lelouch nunca se recuperó del
todo –ya lo ven– de aquel
etiquetado, persistente en el
imaginario de los críticos. Pero
siguió y siguió haciendo
películas. Muchas de ellas
gustaron al público y a la crítica
e hicieron excelentes taquillas.
También ha tenido fracasos. Con
un cine muy diverso. Sería muy
injusto no recordar películas
suyas como El canalla (1970) y
La aventura es la aventura
(1972), pequeñas y muy
graciosas. Y muchas más,
alguna tan grande como Los
Unos y los Otros (1981). Tres
esposas, tres parejas estables,
varias inestables y siete hijos.
Lelouch, hiperactivo en todo,
aquí lo tienen, hecho un chaval.
Un caso.

En 1966 se estrenó
otra película
francesa, ¿Quién
eres tú, Polly
Maggoo?, satírica e innovadora
comedia en blanco y negro sobre
el mundo de la moda, con los
anómalos Fernando Arrabal y
Roland Topor haciendo el ganso
por ahí. Fue el primero de los
cuatro largometrajes de ficción
del fotógrafo neoyorquino
William Klein, que también ha
rodado veintiún documentales.
Un hombre y una mujer y ¿Quién
eres tú, Polly Maggoo?, dos
películas en las antípodas dentro
del maremoto de lenguajes
cinematográficos que se vivió
durante los años 60. Sin
embargo, el destino –y ellos
también– quiso que Lelouch y

Klein compartieran
cartel y firma en 1967,
junto a otros
cineastas, en un
documental, también
histórico en todos los
sentidos: Lejos de
Vietnam. Antes de
que nos invada la
nueva tanda de
novedades de la
rentrée es hora de
recuperar, en sus
últimos días, alguna
exposición
imperdible. Por
ejemplo, la que
Espacio Fundación
Teléfonica, dentro de
PHotoEspaña, dedica,
con cerca de 250
piezas, a William
Klein: otro caso, muy
distinto, pero también
irreductible. Paseó en
junio sus 91 años y su
corrosivo humor por
Madrid. Manifiesto, memorable,
recoge en un impactante montaje
su primera obra pictórica, sus
fotos de Nueva York, Roma,
Moscú y Tokio, sus contactos
pintados y sus rupturistas
fotografías de moda. Conservo
como oro en paño la versión que
Lunwerg publicó en España en
1995 de su primer libro sobre
Nueva York, de 1956, que Klein
concibió como un diario de su
regreso a su ciudad natal y –dijo–
como un acto de venganza.
Klein, padre de la más osada
fotografía moderna, escribió que
comenzó a hacer fotos sin
formación y sin complejos,
mezclando lo que había
aprendido como pintor –fue
discípulo de Fernand Léger– con
su locura y su insolencia. Si
presuponemos el talento y el
tesón, no es mal punto de partida
para, al margen de escuelas y
talleres, llegar lejos en el arte.

Poco tiempo le debe
quedar en las salas a
La casa de verano,
demoledor y muy
divertido –y loco– retrato de las
patologías familiares burguesas
y de las relaciones entre las
clases sociales de arriba y abajo.
Pienso que a Buñuel le
encantaría esta película. La
verdad es que soy acérrimo de
Valeria Bruni Tedeschi, de la
actriz (Locas de atar) y de la
guionista y directora (Un castillo
en Italia). Parece que se le va a ir
la película por el lado de la farsa,
pero no, tirando de
autobiografía, controla, dispara
entre ceja y ceja y, encima,
conmueve.

ROPA TENDIDA


CLAUDE


LELOUCH


Y WILLIAM


KLEIN


POR MANUEL


HIDALGO


CINCUENTA


AÑOS DE


AMOR


FOTOS LO-


CAS E IN-


SOLENTES “LA


CASA DE


VERANO”


William Klein. Una de las fotografías icónicas de la
exposición en Madrid, ‘Manifesto’.

La capital alemana, escenario


de una novela negra narrada


por el detective Bernie Gunther


DOS LIBROS


CLAVE PARA


ENTENDER QUÉ


FUE WEIMAR


Retrato del régimen, abocado


a una crisis que propició la


ascensión de Hitler.

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