El Mundo - 29.07.2019

(Barry) #1
EL MUNDO. LUNES 29

HOJA Nº (^28) JULIO DE 2019
D E V E R A N O
L A Ú LT I M A
A la mayoría de
barceloneses nos ocurre
que nunca hemos visto la
Sagrada Familia, o si la
hemos visto ya no la
recordamos. Evidente-
mente, me refiero a verla
por dentro, ya que por
fuera, aunque sea de lejos,
es para cualquiera en la
ciudad, residente o
visitante, como no advertir
el Empire State en Nueva
York. La basílica de la
Sagrada Familia es uno de
los epicentros del espacio
urbano, un vector de
atracción casi involuntario,
y si uno comete la
imprudencia de acercarse
hasta ella a pie –cosa que
nos ocurre a menudo, pues
para llegar al mejor cine de
España, Phenomena
Experience, es necesario
bajarse en esa parada de
metro–, lo que nos
encontramos es un agujero
negro, un vórtice agresivo,
un maelstrom de turismo
al por mayor al que nunca
hay que arrimarse
demasiado, so riesgo de
quedar atrapado en su
locura: aceras plagadas de
souvenirs, hordas con guía
gritón al frente,
disparadores de selfis
siempre colocados en el
punto más inoportuno de
la acera...
En conclusión, que un
barcelonés prudente
siempre mirará la iglesia de
lejos, y tampoco entrará
dentro, porque básicamente
cuesta mucho, en los dos
sentidos del verbo costar.
Para empezar, no basta con
acercarse a la taquilla y
adquirir una entrada: lo que
seguramente te digan allí es
que todos los turnos del día
están vendidos, y que el
próximo pase disponible es
de aquí a cinco días y en la
peor hora, sobre las siete y
cuarto de la tarde, que es
cuando ya no se filtra
apenas luz por las vidrieras.
Para asegurarse una buena
hora, lo recomendable es
hacerlo por internet y a
varias semanas vista, algo
que sólo se puede permitir
el turista que viene de
vacaciones y se las planifica
con tiempo.
Y luego está el coste
económico: si uno quiere
acceder hasta las torres
laterales y ver la ciudad
desde el cielo, en un sentido
tanto divino como
atmosférico, la broma
asciende a 32 euros. La
entrada más sencilla, la que
permite entrar en la nave y
merodear un rato a tu aire,
sin audioguía ni nadie que
te explique los secretos que
laten en el interior, se queda
en 17 euros. Y ésa es la
razón por la que los
barceloneses apenas
conocemos el tesoro de la
ciudad por dentro, porque ni
siquiera presentando un
certificado de nacimiento y
residencia te permiten
obtener un descuento, o
entrar gratis, como hacen
los tailandeses con su
Palacio Real, que al turista
le cuesta un riñón, pero el
nativo entra alegremente
enseñando el DNI.
La única vez que uno
había estado en la Sagrada
Familia fue con una
excursión escolar, es decir,
en los años 80, cuando aún
existía la EGB. Nos llevaron
al Park Güell –otro sitio al
que ya no se puede ir– y a
más sitios que no recuerdo,
y lo que queda
es una
reminiscencia
vaga. También
es cierto que la
Sagrada
Familia de hace
35 años no era
la de ahora:
había cosas por
el suelo, estaba
todo más sucio
y a medio
hacer. Ahora,
poco a poco, la
construcción definitiva
encara su recta final, y hasta
es portada de la revista
Time. Así que había un no
sé qué de prurito curioso
–¿cómo será eso que vuelve
locos a los guiris? –, otro
tanto de frustración –¿por
qué nos lo ponen tan difícil
a los indígenas?–, y
finalmente adoptamos la
determinación de entrar de
una vez, para quedarnos
saciados. Pero con una
condición: ni de coña
aflojaríamos los 17 euros del
ala. O gratis o nada.
Hay una manera de
entrar por la patilla en la
que es la del católico
practicante. O sea, ir a misa.
Lo que implica madrugar
mucho un domingo,
intentar llegar allí no más
tarde de las ocho de la
mañana y hacerse una hora
de cola para asistir al oficio
internacional de las nueve.
Una vez a la semana, en
la Sagrada Familia se canta
misa, pues es una basílica
consagrada por el
mismísimo Papa, y la misa
es de acceso libre hasta
completar el aforo. Mucha
gente ya lo sabe, y es un
recurso que utilizan los
turistas más avispados para
entrar de gratelo y, de paso
–sobre todo los asiáticos–
asistir a un rito tan exótico
para ellos como lo sería
para nosotros una
ceremonia budista en
Chiang Mai. Por supuesto,
también hay católicos que
se toman el oficio en serio,
que se arrodillan para orar,
que responden en latín de
memoria, que aportan su
óbolo –el guiri se distingue
porque deposita un billete
de 10 en la alcancía, quizá
para compensar la mala
conciencia por no haber
pagado el abono–, pero que
aquéllo es más turístico que
religioso lo demuestra que a
comulgar nos levantamos
un 20% del
aforo. Tampoco
nadie nos ha
pedido la
partida
bautismal para
acceder.
Mientras
tanto, los que
irán al limbo
esperan
pacientemente
el Ite, missa est
–pronunciado
por monseñor
Josep Giménez Montejo,
párroco de un barrio
humilde de L’ Hospitalet,
invitado este domingo para
leer la palabra de Dios– para
sacar por fin los móviles y
apurar los minutos que les
quedan hasta que los echen
para fotografiar a muerte el
interior y exprimir los selfis
para Instagram. En
definitiva, no se trata tanto
de la misa, sino del colarse.
Ahora bien, el interior muy
bonito, luminoso y amplio. Y
suerte que no pagamos,
porque 17 euros, por muy
bella que sea la nave, siguen
siendo un sablazo mortal.
La contracrónica.
Para entrar al templo
proyectado por Gaudí
hay que abonar 17 o
32 euros, en función
de si la entrada es sencilla o completa. Pero
existe un truco para no aflojar un céntimo:
acudir a la misa internacional del domingo
LA SAGRADA
FAMILIA SIN
PAGAR UN EURO
POR JAVIER
BLÁNQUEZ BARCELONA
Misa con excusa.
El interior del templo,
en enero durante una
ceremonia oficiada
por el arzobispo de
Barcelona. SANTI
COGOLLUDO
El inevitable
souvenir. Todo turista
que visita Barcelona
quiere hacerse una
foto delante de la
Sagrada Familia.
ANTONIO MORENO
Sagrada Familia, y no es
precisamente colándose: el
acceso tiene más seguridad
que un aeropuerto
internacional, y a menos
que se busque el placaje de
de 10 guardias de seguridad
como si fuera la defensa de
los Patriots, mejor no
intentarlo. Por supuesto,
hay una manera óptima y
limpia, que es que alguien
de dentro te cuele –a poder
ser de noche, cuando no
hay visitas, con la iglesia
sólo para ti–, pero como
esas conexiones están
cultivadas todavía a medias,
nos queda la tercera vía,
BARCELONA

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