Bordando una nueva vida
Aserrando a brazos, con paciencia y dedicación, Hernán
levantó un nuevo hogar en 1983. Con el corazón alegre por
esta nueva etapa de vida y recién asentados, Eloísa sintió la
necesidad de comenzar a bordar artefactos para decorar la
casa. “No había naaaa. Entonces me puse a hacer mante-
les y servilleteritos para unas poquitas servilletas que tenía,
para poner alguno cuando llegaba gente, así se limpian la
boquita”, relata esta gran anfitriona que gustosa se prepa-
ra para atender a quienes pasan por su casa.
Ese primer verano en la casa, dio vida a un bordado muy
especial para ella, un conjunto de pañitos “hermanos”,
como los describe. Demoró unos diez días en cada uno “a
ratitos siempre, porque no se hace solamente eso. Tiene
tanta cosa que hacer uno”. Fueron hechos especialmente
para cumplir el rol de puertas o cortinas del mueble de la
radio, hecho por las manos de Hernán, y que esconden tras
ellas un sinnúmero de cachibaches. Al mueble le llaman “el
chancho, porque tiene de todo adentro”, bromea la borda-
dora. El humor de Eloísa es de una chispa fresca y veloz,
que aliviana las conversaciones y mantiene la atención
mientras, con detalle y gracia, va recordando anécdotas e
historias de su larga vida. Como cuando cuenta sobre los
motivos de estos paños: “Lo iba dibujando con el cerebro,
por algo tengo la cabeza tan grande”, ríe bromeando inclu-
so con el brillo de sus ojos.
Motivos florales adornan la superficie de estas telas de
sacos de harina, transformadas mediante coloridas punta-
das en decorativos textiles cuyas blondas a croché, tejidas
directamente sobre los paños, se encargan de darle un
coqueto toque a sus bordes. “Le voy a hacer unas florcitas
bordadas para que se vea más bonito” pensó Eloísa, pen-
diente siempre de embellecer su entorno y todo lo que está
a su alcance.
La paleta de colores de estos “hermanos” textiles tiende a
las tonalidades pasteles. Arrojados en el centro de cada
paño, ambos ramos denotan confianza, por cómo se apro-
pian del espacio con personalidad. Nomeolvides, siempre
vivas y cartuchos se elevan como detenidos, mientras
cuatro claveles bordados en tonalidades de rojo desorde-
nan el cuadro hacia los costados. El grosor de la hebra de
algodón bordada en un denso punto cadena, permite que
se fusione sobre la tela, creando una superficie suave y
agradable al tacto, que al mismo tiempo le otorga peso y
protagonismo a cada ramo. Estos no pasan desapercibidos,
sobre todo porque se encuentran enfrentados a la puerta
de entrada de la casa, dándole a quien ingresa una colorida
y llamativa bienvenida.
rida. “De muy chica mi mamá me enseñó que el pensa-
miento bordado para un hombre, era suerte y era un cariño
muy grande de regalar”. Y así fue. “Yo viajé a Coyhaique a
verla al hospital, andábamos noviando ya”, recuerda
Hernán. Al regreso, ya estaban decididos a “juntar las
pilchas” y buscar un campo para trabajar y emprender un
nuevo rumbo, siempre en Cochrane. “Y las chicas (sus hijas)
yo las quiero llevar, que las llevemos nosotros”, le comentó
Eloisa. “Te ayudo a educarlas y todo”, le contestó él. “Me
cumplió al pie de la letra, fue un padrastro tan bueno”.
Tuvieron dos hijos juntos, Yessica y Esteban, quienes llega-
ron a sus vidas hacia los 40 años de Eloísa, momento en
que optaron por vivir en el pueblo para que los niños pudie-
ran ir a la escuela. Eloísa se las ingeniaba vendiendo chicha
de manzana, haciendo quesos y tejiendo a telar mantas y
fajas por encargo. Poco a poco, sus talentos comenzaron a
hacerse conocidos por el pueblo. Pero la nostalgia del
campo la llevó de regreso al lago Chacabuco, donde
Hernán había heredado unas tierras, justo al lado de los
antiguos barrios de Pedro y Eloísa.