misma edad, e incluso la misma cantidad de mascotas.
—¡Por favor, papá! ¡¡Deja de contar mentiras!! —Le regañó
Abigail.
—¡Lo digo en serio! —comentó el hombre devolviendo la carta a
Cloe. Él, con una amable sonrisa, añadió—: Toma, corazón... Esto es tuyo.
Además, creo que esta puerta necesita una especie de contraseña.
—¡Es cierto!... ¡Mi collar! —exclamó Cloe mientras sacaba la
cadenilla dorada de su cuello.