Epílogo
En Atenas, bajo el sol eterno del 60 a.C., yo, Arion, -antes Titus-, volví a enseñar filosofía a
los jóvenes estudiantes, entre olivos y rocas secas. La forzada inmersión en la violenta
codicia de Roma me había hecho un poco más sabio. Safira, con jazmines en el cabello y
perfume de mirra, honraba a Astarté en un altar sencillo. Compramos aceitunas y pan, su
sabor borró el maloliente garum de Roma.
Ceceando susurré: “Sssafira, mi esclavitud a ti es mi nueva libertad”. Ella sonrió, tocando un
jazmín, y el mar respondió con su murmullo. Las gaviotas volaban, los olivos respiraban, y
nuestro amor vivía eterno.
La vida, aprendí, es un viaje, un ὁδός donde “soltar el pasado” es sabiduría, pues permite
seguir adelante. Fluir. El estancamiento pudre las aguas. Roma, con sus codiciosas intrigas,
fue un fardo que, afortunadamente, pude dejar atrás. Safira, mi guía, me bautizó para esta
nueva etapa. Bajo la Acrópolis, escribí un poema final, en griego, para el camino que sigue.
Ἀφίημι τὰ πάλαι, σοφία ὁδοῦ,
Ἀρίων ᾄδει, καρδία ζῇ.
Ἐλαῖαι πνέουσιν, ἐγὼ σιωπῶ().
()Dejo atrás lo antiguo, sabiduría del camino,
Arion canta, el corazón vive.
Los olivos respiran, yo callo.
jud rampoeng
(Jud Rampoeng)
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