El Mundo - 12.09.2019

(Marcin) #1

EL MUNDO. JUEVES 12 DE SEPTIEMBRE DE 2019
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OTRAS VOCES


EL DEBATE sobre la lengua es uno de los más confu-
sos que ofrece nuestro ya de por sí confuso mundo po-
lítico. Para empezar, el debate son varios debates, todos
ellos sostenidos en menesterosos andamios intelectua-
les: igualdad de las lenguas; concepciones del mundo
asociadas a las lenguas; derechos de las lenguas; discri-
minación positiva de las lenguas; bondades de la diver-
sidad lingüística; lenguas propias. Todos esos asuntos
se sostienen en una vaporosa trama conceptual que
arropa a políticas en ocasiones inteligibles y siempre in-
compatibles con elementales consideraciones de efi-
ciencia y de igualdad. Una circunstancia que justifica
repetir algunas consideraciones elementales.
La lengua sirve para comunicarnos. Si no es un ins-
trumento de comunicación, no es una lengua. Puede
cumplir otras funciones, pero si deja de ser una herra-
mienta de comunicación deja de ser una lengua. Su-
cede como con un coche, que puede servirnos como
vivienda, para bloquear carreteras, ostentar y mil co-
sas más, pero si no sirve para desplazarse, deja de ser
un coche. Por eso, una lengua con un único hablante
no es una lengua. Por eso, no se puede decir que el
roncalés murió en 1976, con su última hablante (o al
menos eso decían) Antonia Anaut. Por eso, tenía sen-
tido crear el artificial euskera batúa, que unificó las di-
versas variantes –los diversos dialectos– del euskera,
y por eso resulta razonable la preocupación porque las
diversas variantes del catalán no acaben por conver-
tirse en diferentes lenguas, con problemas de compre-
sión entre sus hablantes. En tales casos, en aras de fa-
cilitar la comunicación, se opta por evitar la diversi-
dad, el desarrollo de lo que son o pueden llegar a ser
diversas lenguas y hasta se sacrifican los derechos de
hablantes. Si nos interesa entendernos, cuantas me-
nos lenguas mejor. Otra cosa es que para el filólogo la
diversidad de lenguas tenga un interés académico, co-
mo lo pueden tener las sociedades animistas para el
antropólogo, como un motivo de estudio.
Disponer de una lengua común es importante para
las sociedades democrá-
ticas e igualitarias. Los
mandarines conservaron
su poder durante siglos
porque dos chinos, que
no se entendían hablan-
do, sí lo podían hacer
mediante la escritura
que ellos controlaban y
que requería años de aprendizaje. Las revoluciones
democráticas, comenzando por la francesa o las que
acompañaron a los procesos de independencia en
América Latina, tenían como prioridad que los ciuda-
danos compartieran una misma lengua: facilitaba la
comunicación, la participación, el conocimiento de la
ley, de sus derechos, y el acceso en condiciones de
igualdad a las posiciones sociales. Mientras a un mo-
narca del siglo XVII le traía sin cuidado qué lengua se
hablaba en sus territorios, los revolucionarios france-

ses buscaron en la educación obligatoria y gratuita pa-
ra los niños de los 6 a los 13 años (ley Bouquier de di-
ciembre de 1793), además de la enseñanza de las vir-
tudes republicanas, la uniformidad lingüística en un
francés simplificado: «asegurar la comunicación hori-
zontal y vertical en el seno de la nación: sea cual fue-
re su origen geográfico y social, todos los miembros
deben comprenderla y utilizarla. Debe permitir la ex-
presión de cualquier idea y de toda realidad» (A-M.
Thiesse, La création des identités nationales).
En poblaciones analfabetas, en raros tratos con la
administración, si había administración, y sin medios
de comunicación de masas, las leyes que imponían
lenguas (la inexacta interpretación nacionalista del
Decreto de Nueva Planta) resultaban papel mojado.
Un campesino del siglo XVIII no abría cuentas co-
rrientes ni trataba con notarios. Tradicionalmente, los
procesos de extensión de las lenguas respondían a su
funcionalidad práctica, bien como lenguas de presti-
gio, bien, sobre todo, como medios de interacción, en
un proceso de mano invisible que, por retroalimenta-
ción, conduce a utilizar los códigos con más usuarios.
Ejemplo de lo primero es el uso os del griego, lengua
de la diplomacia, entre las élites romanas o el del cas-
tellano, la lengua de la cultura, entre nosotros, como
lo confirma que en el siglo XVI en Cataluña se impri-
mían más libros en castellano que en catalán, entre los
que, por cierto, se incluía la poesía de Ausiàs March,
editada antes en castellano (1539) que en catalán
(1549), o que, en 1641, en plena independencia frente
al «ocupante español», según la mitología nacionalis-
ta, se escribiera en castellano el panegírico fúnebre de
Pau Claris, «presidente» durante unos días de la úni-
ca República catalana realmente existente.
En todo caso, el mecanismo de extensión mediante
el prestigio afectaba a segmentos muy limitados de la
población, los alfabetizados. Otra cosa es que el pres-
tigio oficie como una ventaja posicional, las ventajas de
ser el primero en instalarse, como las que llevaron a
triunfar en su día a los tradicionales sistemas de vídeo
VHS o a Microsoft: los recién llegados optan por lo
mismo que aquellos que ya están. A partir de cierto
momento, se impone un mecanismo de mano invisible,
parecido al que nos lleva a elegir, entre distintos siste-
mas de pesos y medidas (leguas, fanegas, etc.), aquel
con más usuarios (metros, kilos, etc.). Nadie nos obli-
ga, pero nos conviene
dada la naturaleza de la
actividad: intercambiar,
entendernos. Los proce-
sos se retroalimentan,
como el que conduce a
optar por la senda más
desbrozada: cada uno
con su decisión de cami-
nar cómodamente por
ese camino, hace el ca-
mino más cómodo, un
argumento para que el
siguiente haga lo mismo.
A nadie le impiden esco-
ger otro camino, pero no
parece razonable que,
para que él vaya cómo-
damente por donde
quiera, se les imponga
su senda a los otros. Ca-
da uno con su libre deci-
sión contribuye a consolidar un equilibrio que a todos
resulta interesante, como a todos nos resulta interesan-
te conducir por la derecha mientras los demás hagan
lo mismo. Así funcionan convenciones y normas socia-
les. Por eso a nadie puede extrañar que, desde el siglo
XVI, el 80% de los peninsulares utilicemos el castella-
no como lengua de comunicación, si se tiene en cuen-
ta que en el siglo XV, Castilla, que incluía Galicia, Viz-
caya, Álava y Guipúzcoa, tenía 4,5 millones de habitan-
tes y la Corona de Aragón 850.000. Algo que no
sucedía en otra partes. En Francia, en tiempos de la re-
volución, sólo uno de cada tres franceses hablaba fran-
cés; en Italia, en 1830, solo el 3% de las gentes habla-
ban lo que más tarde se llamaría italiano, el toscano.
Desde el punto de vista de político moral hay poco
que reprochar a esos procesos. El resultado final, la

consolidación de unas sendas y no otras, es resultado
de las decisiones voluntarias. Nadie obliga a nadie,
aunque razonablemente todos optarán por lengua
que les permite entenderse con más personas. Se res-
peta, si se quiere decir así, el derecho a elegir. Pasa
con frecuencia y nos parece bien. Yo tengo el derecho
a emparejarme, pero eso no quiere decir derecho a
emparejarme con quien yo quiera, entre otras razo-
nes, porque Natalie Portman también tiene derecho
a elegir. El derecho a hacer uso de una lengua no su-
pone un derecho a tener interlocutores.

ES CIERTO que, al final, los hablantes exclusivos de
una lengua minoritaria verán reducidas sus posibilida-
des. Pero, mientras no se les impongan, no hay nada
que lamentar. Su situación es consecuencia de la ac-
ción de todos, pero no es voluntad de nadie. No se vio-
la el derecho de nadie a hablar como quiera. De hecho,
el resultado es consecuencia de que cada cual dispone
de ese derecho. Desde el punto de vista moral y políti-
co, es importante conocer cómo ha sido el proceso. No
es lo mismo si es resultado de una imposición que de
las decisiones libres de los individuos. Los radioaficio-
nados no se quejan porque, con internet, ha disminui-
do la cantidad de colegas con quienes echar la tarde.
El último de la fiesta no se puede lamentar porque no
le queda otra que intentar emparejarse con otro saldo
como él porque los demás se han ido emparejando an-
tes y ellos se han quedado los últimos. Cada uno ha es-
cogido libremente y nadie ha interferido en las decisio-
nes de los demás. Es la diferencia, importante, entre
Tinder y los matrimonios concertados.
La igualdad importante –la única inteligible– es en-
tre las personas. Desde el punto de vista de lo que im-
porta, la democracia, la igualdad y la posibilidad de en-
tendimiento, es mejor que todos nos manejemos en
una misma lengua. Una obviedad que, como algunas
otras, en estos tiempos trastornados, se considera un
escándalo. Si esas cosas nos preocupan, lo razonable
consistiría en promocionar el uso de la lengua común.
Otra obviedad que también parece un escándalo. Las
lenguas ni sufren, ni padecen ni se mueren. No son es-
pecies animales que debamos conservar. La utilización
de requisitos asociados a «lenguas propias» en el acce-
so a las posiciones sociales o laborales, con indepen-
dencia del mérito o el talento, en aras de asegurar su

conservación, viola elementales consideraciones de
igualdad y, dicho sea de paso, de buena asignación de
recursos públicos. Eso, claro, si ponemos el foco en las
personas. Si lo ponemos en la lengua, si asumimos la
fanfarria de que «hay que preservar las lenguas en pe-
ligro», esto es, que las lenguas tienen derecho a tener
hablantes, las implicaciones son otras. Como ejercicio
mental, me he puesto a pensar en qué debería hacer si,
asumido el objetivo conservacionista, tuviera que go-
bernar Papúa Nueva Guinea: 838 lenguas compitien-
do por un número limitado de hablantes. Fatigado, he
decidido dar por terminado este artículo.

Félix Ovejero es profesor de Ética y Economía de la Universi-
dad de Barcelona. Su último libro es La deriva reaccionaria
de la izquierda (Página Indómita).

Lo razonable consistiría en
promocionar el uso de la
lengua común. Otra obviedad
que parece un escándalo

RAÚL ARIAS

El autor rechaza el


mantra de preservar las lenguas que están


en peligro y considera que, desde el punto


de vista de la democracia, la igualdad


y el entendimiento, es mejor que todos


nos manejemos en una misma lengua.


TRIBUNA iSOCIEDAD


Menos


es mejor


FÉLIX OVEJERO

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