Morgan cayó al suelo. Bárbara gritó desesperada, rogando que no lo
lastimaran. Uno de ellos tapó la boca de la chica y los otros tres
aprovecharon para patearlo mientras seguía tirado en el césped. La paliza
fue brutal; él tenía sangre por la nariz, la oreja, la cabeza y los labios. Toda
su ropa estaba sucia y ensangrentada. Bárbara lloraba desconsolada al verlo
tan lastimado. Los tres se cansaron de patearlo y se volvieron hacia ella.
—¿Ves lo que causas, maldita zorra? ¡Nada de esto habría pasado si
hubieras cooperado con nosotros! —exclamó el líder, furioso, mientras los
demás chicos asentían.
—Ahora vas a hacer lo que te pedimos, ¿entiendes? —dijo otro del
grupo.
Uno de ellos, que tenía la mano sobre su boca, la sujetó con más
fuerza desde atrás. Bárbara lloraba e intentaba gritar, pero era inútil. Los
otros dos agarraron cada una de sus piernas. El líder del grupo se acercó a
ella y empezó a desvestirla. Su escote comenzó a sobresalir. Él se detuvo
solo para poder desabrocharse los pantalones. Ella se agitaba al ver lo que
intentaban hacer, pero ellos simplemente se reían sabiendo que la chica no
podría escapar. Sin embargo, escucharon una voz ronca detrás de ellos.
—Déjenla en paz —dijo Morgan, con voz cansada y demacrado por
la sangre que lo cubría.
El líder se volvió hacia él. —¿Qué demonios te pasa? ¿Quieres
morir? —preguntó, abrochándose los pantalones.
La mirada de Morgan había cambiado. Sus ojos se habían vuelto
opacos y vacíos. Ya no temblaba y su postura se había relajado, incluso
había aumentado un poco su masa muscular. Con los hombros caídos, miró
de nuevo al suelo y susurró casi inaudiblemente.
—Si no se van, les romperé las piernas y los brazos.
—¿Qué dijiste, perdedor? —preguntó uno de ellos.
—¡Habla más fuerte para que podamos oírte! —añadió otro,
riéndose.
El líder corrió hacia Morgan para golpearlo, pero él lo esquivó con
un rápido movimiento y le dio un rodillazo en el estómago. El chico